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Derecho

El primero de diciembre de cada seis años

Por: Jorge Vargas Morgado

En México los períodos presidenciales son de seis años desde que la Constitución Política de 1917, fue modificada para que entre 1928 y 1934 tuviera lugar el primer sexenio presidencial. Desde entonces hasta la fecha, los días primero de diciembre de cada seis años toma posesión quién previamente hemos elegido como nuevo presidente de la República.

Anteriormente, el ciclo presidencial era de cuatro años, extensión de tiempo que pareció, a los ojos del legislador, poco propicio para enfrentar los retos de la conducción del país. De hecho, el general Porfirio Díaz promovió la reforma a la Constitución de 1857 para que el período de la administración presidencial se ampliara a seis años, lo que sucedió por primera vez en nuestra historia entre los años 1904 y 1910. Sin embargo, uno de los efectos iniciales de la Revolución Mexicana fue volver, temporalmente, a los ciclos presidenciales de cuatro años.

Los procedimientos electorales, la elección presidencial y la inauguración del ejercicio presidencial son hechos políticos, sociales y jurídicos de gran relevancia para el país. Son expresión de una evidente esperanza en un futuro mejor, sea en lo individual o sea en lo social y político.

Participar en un proceso electoral es, más allá de cualquier crítica o suspicacia, una expresión de credibilidad y confianza en los procedimientos y en sus resultados —credibilidad y confianza tanto de parte de los candidatos contendientes como de la ciudadanía votante—. De no ser así la participación sería escasa o casi inexistente.

Por otro lado, en un proceso electoral si bien hay un candidato electo, en estricto sentido no hay perdedores ni vencidos, ya que el electo gobernará para todos, lo que significa que será un servidor de todos.

El pasado sábado primero de diciembre se dio el cambio de administración: habrá nuevo Plan Nacional de Desarrollo, nuevas autoridades, nuevas prácticas políticas y administrativas, que esperamos todos sean para bien de la sociedad.

Más allá de la preferencia electoral de cada persona y de la personalidad lúdica del próximo presidente de la República, démosle espacio a la natural esperanza que el proceso electoral y el cambio de administración significan.