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Los feminismos de antes y el de ahora



Los feminismos de antes y el de ahora

La Dra. María Elizabeth de los Ríos realiza un análisis sobre los avances y retrocesos del feminismo en el marco del Día Internacional de la Mujer.

Podríamos unirnos fácilmente a la proclama que popularizó Shakira cuando dedicó su duelo componiendo una canción donde afirmaba que las mujeres ya no lloran, ahora facturan, e incluso podríamos añadir: también gritan, se enojan, rompen vidrios, hacen pintas y marchan. Pero quizá valdría la pena decir que los reclamos de hoy expuestos cada 8 de marzo no siempre han sido ni los mismos ni se han manifestado de la misma manera, otrora, las mujeres reclamaban espacios públicos y derechos políticos y civiles antes que desapariciones y violencias.

La consigna de la tercera ola del feminismo que sentenciaba que “lo privado es también público” es lo que originó la exacerbación de las expresiones que sancionan y piden justicia, que por querer empatizar recurren a actos tan visibles como la quema de sus pares o la destrucción de elementos históricos y a formas tan disruptivas como creer que ser respetada como mujer es igual a ser respetada en su derecho a abortar. 

Sin menospreciar estos actos que pretenden llamar la atención de formas exponenciadas, pues las vías pacíficas se han agotado sin obtener resultados, es importante entender que también en estos movimientos actuales existen marcadas contradicciones que conviene advertir antes de sintonizar con ellas.

El surgimiento y protagonismo de los feminismos ha sido de avances y retrocesos, de presencias y ausencias, pero, sobre todo, de grandes vaivenes que van de la legitimidad en el reclamo a los derechos humanos, a la radicalidad centrada en una exacerbación de sentimientos y en una pluralidad de intenciones.

De la primera ola, la de las sufragistas, la de las mujeres que reclamaban el derecho a votar y ser votadas, a la segunda donde el empoderamiento llegó a mujeres bien acomodadas, con familias estables y esposos exitosos que generaba una especie de malestar provocado por el acomodamiento en los usos sociales y costumbres tradicionales que mantenían a la mujer en el exilio del hogar y el cuidado de los hijos, suscitando el reclamo legítimo de insertarse en la vida laboral y económica y luchando en contra de los suelos pegajosos que insistían en mantenerlas lejos de un sistema patriarcal donde los hombres dictaban las reglas del juego. Así, pasamos a la tercera ola, la de las radicales, las que marcaron un distanciamiento entre el sexo y el género, descubriendo cómo este último no solo obedecía a comportamientos esperados, sino también a políticas públicas, ejerciendo la normatividad existente.

La famosa frase de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo” es definitiva para reclamar lo que se creía no era terreno de la naturaleza, sino de la cultura, pero que se había entendido de modo contrario, justamente.

Por otra parte, dentro de lo que se venía gestando como feminismo, empiezan a surgir los “feminismos”, siendo muchos y con variadas intenciones y formas de entender la igualdad, a menudo distanciándose de esta y declarando lo que se entendía como el poder feminista por encima del poder patriarcal.

La revolución sexual desencadenó una serie de peticiones que negaban lo propio de ser mujer y lo propio de ser varón para borrar la natural diferencia y reclamar la total igualdad, olvidando que esta es, de suyo, imposible.

Los derechos sexuales y reproductivos cobraron especial relevancia en la arena pública y, entre ellos, el derecho al aborto, a la renta de vientres para la maternidad subrogada, a los embarazos sin unión conyugal y a la práctica del sexo como mero acto de placer. Esto se convirtió en bandera oficial de cierto tipo de feminismo, declarando la autonomía individual por encima del bien común como carta de presentación manifiesta.

Ante esto, hubo otras mujeres que tomaron distancia de estas peticiones y reclamos que también cobraron protagonismo en la arena pública, pues inspiraron a los Papas de su tiempo, como Juan XXIII, Pablo VI y San Juan Pablo II, a hacer públicas declaraciones y a dejar una herencia escrita en diversas exhortaciones sobre el papel de la mujer, mismo que no puede ser reducido a un ámbito costumbrista y que debe tener igualdad de acceso a derechos y oportunidades.

Hoy, para algunos, hablar de una cuarta ola de feminismo es erróneo mientras que, para otros, una cuarta ola podría armonizar la radicalidad de la última ola con la legitimidad de la primera y segunda. Las convenciones internacionales, en especial la de Belén do Pará y la de Beijing, han sido plataformas ineludibles para seguir situando la cuestión de ser mujer en un mundo aún dominado por sistemas patriarcales, como algo aún sin resolver del todo.

Los feminicidios y las agresiones a mujeres en el mundo y, en especial, en el medio oriente, las muertes maternas, las costumbres locales dañinas como la ablación femenina en África y algunas regiones de América Latina, el confinamiento y la sanciones a algunas mujeres que se han atrevido a denunciar a sus agresores, las amenazas a las madres, hijas, hermanas y abuelas en la búsqueda de sus familiares desaparecidos en México, la cosificación de muchas mujeres solo para el alquiler de sus vientres o la donación de sus óvulos, el borramiento de mujeres en políticas y agendas públicas, la discriminación laboral de mujeres embarazadas, las diferencias salariales aún presentes en los tabuladores y muchos otros temas más ameritan que se siga recordando no solo cada 8 de marzo, sino siempre, porque las mujeres aún sufren discriminación y violencia.

Sin embargo, hay que conocer, retomar y mantener el espíritu de esa primera conferencia en Séneca Falls donde lo que se discutía eran derechos legítimos sin borrar la natural diferencia entre mujeres y hombres, asumiendo que de nada serviría un mundo sin hombres cuando lo que se busca es que ellos mismos sean los que reconozcan la importancia de las mujeres en todos los ámbitos de la vida. 

La vía será entonces el consenso, la reciprocidad, el espíritu de unión, el diálogo, la preparación, el estudio y la manifestación tajante y explícita del rechazo a ser marginadas, pero también del derecho a ser consideradas como lo que somos, sin querer borrar un ápice de nuestra esencia como mujeres.

Si hay que seguir cavando hondo en las heridas de nuestra historia y si hay que continuar levantando la voz ante las injusticias estructurales, lo haremos juntas y juntas también soñaremos con aquello que quienes nos precedieron soñaron, pero manteniendo la firmeza de la convicción de que como mujeres estamos llamadas a construir un horizonte donde lo humano pueda entenderse y desde sus diferencias, sin que estas sean más motivo de discordia.


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La doctora María Elizabeth de los Rios Uriarte es maestra en Bioética y doctora en Filosofía, Técnico en Urgencias Médicas (TUM) por Iberomed A.C. y scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Es además Miembro de la American Society for Bioethics and Humanities, del Colegio de Profesionistas posgraduados en Bioética de México, de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y Miembro de Número de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.

Ha impartido clases en niveles de licenciatura y posgrado en diversas universidades y ha participado en distintos congresos nacionales e internacionales de Filosofía y Bioética. Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.


Más información:
Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte
bioetica@anahuac.mx
Facultad de Bioética