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Director de la Facultad de Humanidades imparte conferencia sobre educación para la paz

El doctor José Honorio Cárdenas precisó que una educación para la paz atiende aspectos procesales y no solo teleológicos.

El Instituto Anáhuac de Ciencias Religiosas organizó la conferencia “¡Si quieres la paz, prepárate para la guerra! Educación para la paz interna”, impartida por el doctor José Honorio Cárdenas Vidarrui, director de la Facultad de Humanidades, Filosofía y Letras de la Anáhuac.

Durante su ponencia estableció que, en una educación para la paz, en sentido estricto, redundante, “no puede haber genuina educación si los frutos de esta quedan al margen de una vida pacífica; en tal caso, será un proceso de instrucción en términos técnicos, pero jamás de educación”  y agregó que el fin de la educación es socializar y ello implica participar de modo responsable en el desarrollo material y espiritual de la comunidad, incluyendo la convivencia cordial. 

En un sentido más amplio, explicó que “una educación para la paz atiende aspectos procesales y no solo teleológicos, pues todo ser humano requiere aprender las competencias para trabajar por el bien común, como la disposición al encuentro, la reciprocidad del diálogo, la justa negociación, la convención del acuerdo, la colaboración solidaria, la fidelidad al compromiso, la tranquilidad del orden, la posibilidad de la amistad, el gozo de la paz”, y cuestiono en qué momento y de qué modo el ciudadano aprende estas competencias que resultan imprescindibles para trabajar por la paz.

“La familia, como grupo primario, ha sido la encargada de transmitir las habilidades y valores requeridos por la vida social, mientras que la enseñanza escolarizada se ha enfocado principalmente al aprendizaje de conocimientos y, en menor medida, a las habilidades operativas.  Pero las transformaciones profundas en las estructuras y dinámicas al interior del seno familiar han obligado que los modelos educativos contemporáneos incluyan en el currículo algunos de los elementos procesales de la educación para la paz. En efecto, hace unas décadas era común encontrar familias numerosas, en viviendas modestas y recursos limitados, por lo que los jóvenes se encontraban naturalmente inducidos, desde pequeños, al ejercicio de las competencias requeridas para resolver las diferencias y trabajar por el bien común. No obstante, las generaciones juveniles más recientes suelen estar hiperconectados con otras personas, pero sin tener la necesidad de resolver los conflictos de orden práctico o de convivencia”, puntualizó. 

Asimismo, precisó que la presencia de actitudes individualistas desde el mismo entorno familiar dificulta los esfuerzos por aprender a vivir juntos. “Por un lado, los educandos deben ser capaces de descubrir quiénes son y a partir de ahí formar una valoración equilibrada de sí mismos. Pero esto solo será posible en la medida en que descubren, mediante la empatía, el valor de la vida del otro. Porque la existencia de los demás en el entorno personal, es un catalizador que lleva a descubrir que el bien común es el primero de los bienes personales. Por otro lado, los educandos deben ser audaces para colaborar en ese bien común que han descubierto”. 

“Cuando se trabaja mancomunadamente en proyectos motivadores que permiten escapar a la rutina, disminuyen y a veces hasta desaparecen las diferencias, e incluso los conflictos, entre los individuos. Esos proyectos que permiten superar los hábitos individuales y valoran los puntos de convergencia por encima de los aspectos que separan, dan origen a un nuevo modo de identificación”.   Por ello, aseveró que la educación para la paz es un modo de aprender a vivir juntos, pues consiste en una fuerza vital que opera en contra de la indiferencia y busca provocar una actitud de compromiso con la comunidad. 

Educar para la paz desde la posibilidad del conflicto.

El vocablo latino confligo refiere una colisión. Puede traducirse como “chocar”, “topar”, “colocarse frente a frente”; es decir, “enfrentarse”. Su significado implica una contraposición material de dos objetos que no puede coincidir en el mismo espacio; o bien, de las intenciones de dos o más personas o entidades sobre un mismo interés.  Todas estas acepciones, sin embargo, son peyorativas porque su uso lingüístico suele asociarse con la violencia o la amenaza. 

Pero la etimología no hace completa justicia al concepto, porque el conflicto es parte natural de la vida humana, no así la violencia.  Es natural que entre personas y sociedades haya una contraposición de opiniones e intereses, tales como el dominio y usufructo de los bienes naturales, las prioridades sociales para el desarrollo común o la perspectiva de vida entre generaciones de distintas edades. La violencia, en cambio, es una reacción desequilibrada de agresividad, que resulta aprendida en el contexto social  y se utiliza como medio de dominación, especialmente cuando hay una incapacidad de llegar a acuerdos justos por medios pacíficos. La violencia surge cuando en alguien quiere imponer sus intereses individuales sobre el bien común y rompe así toda posibilidad de diálogo y acuerdo, aún a costa de los miembros de su misma familia. 

Similar connotación existe entre los conceptos “adversario” y “enemigo”. Todo conflicto supone la presencia de adversarios que, en sentido estricto, están opuestos en opiniones, intereses o perspectivas y cuyo propósito es ejercitar e intercambiar sus respectivas fortalezas. Pero los adversarios no son enemigos; pues estos últimos se caracterizan por sostener una ruptura en sus relaciones y la imposibilidad de afectos tales como la compasión, la empatía o la amistad. Contra el adversario hay una competencia que hace crecer a los contendientes; pero con el enemigo persiste un odio que busca empobrecer o incluso aniquilar. En la adversidad se ponen a prueba las fortalezas dentro de un marco reglamentario, mientras que en la enemistad se arguye a ventajismos sin ley. Quienes son adversarios en habilidades artísticas, técnicas, deportivas o científicas aspiran a la excelencia que enaltece el sentido humano de la cultura; mientras que los enemigos suelen devastar, sin remordimientos, el orden y la paz. 

Consideración especial habría que hacer sobre la máxima de Vegecio: “Si deseas la paz, prepárate para la guerra”.   Si bien la frase por sí misma connota una evidente beligerancia, y especialmente en el contexto medieval, el contexto de la obra parte del hecho que la paz no es gratuita. Vegecio sostiene que la sola posibilidad de que exista una guerra es razón suficiente para que los soldados tengan una instrucción militar en términos físicos, mentales, técnicos y estratégicos, puesto que es imperativo acabar con la guerra tan pronto como sea posible o, mejor aún, ni siquiera realizarla.  

En suma, educar para la paz implica integrar el conflicto como recurso pedagógico de tal modo que permita desarrollar en los educandos todo tipo de competencias corporales, intelectuales y de carácter que favorezcan, en última instancia, el desarrollo social y la cultura de paz.

Más información:
Facultad de Humanidades, Filosofía y Letras
Esmeralda Pulido Ugalde
esmeralda.pulido@anahuac.mx