Pasar al contenido principal

La Inclusión Como Respuesta a Los Retos Educativos Actuales

Cuando se hace referencia a la inclusión generalmente se piensa en recursos o espacios que favorezcan la movilidad de las personas que tienen alguna discapacidad. Una institución educativa, por ejemplo, es incluyente cuando cuenta con cajones de estacionamiento para personas con discapacidad, elevador en sus edificios, rampas, entre otras oportunidades que faciliten el acceso.

 

Sin embargo, la inclusión implica múltiples ámbitos. De acuerdo con la Dag Hammarskjöld Foundation (2021), la inclusión está relacionada al derecho que tienen diversos grupos de la sociedad a tener voz en los procesos que les afectan. Entre estos grupos es posible destacar desde las personas con discapacidad (visual, auditiva, motora o intelectual), los migrantes, quienes, por condiciones económicas, geográficas y/o culturales no pueden recibir una educación formal, insertarse al ámbito laboral o participar en las actividades políticas y sociales; hasta los colaboradores de empresas u organizaciones que no cuentan con facilidades para conciliar su vida profesional con la personal y familiar, etc.

 

Ante tal diversidad es preciso fomentar una cultura de la inclusión que permita ampliar la visión, romper paradigmas y proponer estrategias que, desde las posibilidades personales y profesionales, contribuyan al desarrollo de una verdadera inclusión. Según Graschinsky (2021), la verdadera inclusión está basada en la diversidad, es decir, en el hecho de que cada persona es diferente y no es posible esperar que haga lo mismo que las demás. Partiendo entonces de dicho concepto, se reconoce la necesidad de que el entorno se adapte a la persona y no al revés, pues en tal caso se estaría haciendo referencia a la integración, la cual responde a la adaptación al sistema.

 

Hablando específicamente de inclusión educativa, es preciso identificar los aspectos básicos que ésta implica, pues estos marcan las pautas de trabajo que la comunidad educativa (directivos, docentes, estudiantes, padres de familia, administrativos y personal de mantenimiento e intendencia) deben atender (Graschinsky, 2021):

 

  • Transformar la cultura, la organización y las prácticas
  • Tener en cuenta las características de los estudiantes
  • Emplear métodos de evaluación flexibles
  • Eliminar las barreras que limitan las oportunidades de aprender
  • Considerar los recursos y capacitación (para que los docentes cuenten con estrategias y herramientas)

Lo anterior se puede reafirmar en las valiosas experiencias compartidas en el 2do. Coloquio de Inclusión Social llevado a cabo el pasado 26 de noviembre en la Universidad Anáhuac Puebla con motivo del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1992 y cuyo objetivo es “promover los derechos y el bienestar de las personas con discapacidades en todos los aspectos de la vida política, social, económica y cultural.” (Naciones Unidas, s.f., párr. 1).

 

Como respuesta al gran desafío que implica la inclusión para la sociedad y el ámbito educativo, por su responsabilidad formadora, la Universidad, a través de la Maestría en Educación y la Especialidad en Inclusión Educativa, propuso un espacio con miras a favorecer una cultura de inclusión. En esta segunda edición del Coloquio el objetivo fue reconocer la discapacidad desde el enfoque social para identificar las responsabilidades que, como sociedad, y especialmente como institución educativa, debemos asumir para fomentar la inclusión.

 

Partiendo de lo anterior, cabe destacar que de acuerdo con Plancarte (2021), la cultura inclusiva implica construir una comunidad que se caracteriza por ser acogedora, segura, colaborativa y con valores, de manera que apunte al éxito de todos los estudiantes. Asimismo, explicó que son varios los elementos requeridos para lograr la inclusión educativa, algunos de estos son: desarrollar el sentido de pertenencia de sus miembros, llevar a cabo iniciativas que generen la participación de todos, apreciar la diversidad de personas, coordinar formas de apoyo efectivas para toda la comunidad, poner en práctica valores como el respeto, la empatía, la tolerancia y el trabajo en equipo, etc. Lo anterior permite entrever la cultura como la base fundamental de la inclusión educativa.

 

Para la comunidad universitaria, el Coloquio de Inclusión Social representa un paso en esta gran responsabilidad de las instituciones educativas por fomentar una cultura de inclusión, pues este coadyuva en la tarea de sensibilización e identificación de las áreas en las que es necesario trabajar de cara a la construcción de una sociedad incluyente a través de la reflexión en torno a cuestionamientos como:

 

  • ¿Mi filosofía de vida, creencias y actitudes son de acogida y servicio al otro, a pesar de sus características y necesidades?
  • ¿Me considero una persona empática?
  • ¿Por qué toda la comunidad educativa debe estar involucrada en el diseño y/o implementación de estrategias que favorezcan el aprendizaje de todos los estudiantes?
  • ¿Qué impacto tiene una contingencia sanitaria (como la ocurrida a finales de 2019) en el desarrollo personal, especialmente de las personas con discapacidad?
  • Y con especial énfasis ¿cómo puedo crear estos puentes que permitan a todas las personas desenvolverse en cada una de las dimensiones que la distinguen (personal, familiar, escolar y/o laboral, social)?

Hacerse preguntas y buscar sus respuestas de manera colaborativa e interdisciplinaria es el preámbulo del camino a seguir para innovar y hacer reestructuras.

 

Para concluir, es necesario reconocer que al situar a la persona en el centro de las decisiones de la institución educativa y al problema fuera de la persona, se aborda a la discapacidad como una cuestión de derechos humanos (Palacios y Bariffi, s.f.), lo cual permite hacer consciencia de que toda acción debe apuntar al cuidado de la persona (y su dignidad), reconociendo y respetando sus diferencias, con el objetivo de realizar propuestas que favorezcan su aprendizaje y desarrollo integral.

 

Norma María Tamayo Martagón

Lic. en Pedagogía, Mtra. en Tecnología Educativa y Practitioner del Modelo de Creighton                                                    Coordinadora de maestrías y educación continua de la Escuela de Humanidades de la Universidad Anáhuac Puebla      maria.tamayo@anahuac.mx