
El congreso “Humanidad y algoritmos”, organizado por el Observatorio de Bioética, abordó los desafíos éticos, regulatorios y antropológicos que plantea la inteligencia artificial en medicina y sociedad.
El 10 de julio, la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir convirtió su sede en punto de reunión para juristas, filósofos, médicos e ingenieros convocados por el Observatorio de Bioética al congreso “Humanidad y algoritmos: reflexiones bioéticas sobre la IA”. Durante una jornada completa, el programa alternó conferencias magistrales y mesas redondas para revisar, con mirada académica y regulatoria, las tensiones entre innovación algorítmica y respeto a la dignidad humana.
Tras el saludo institucional del rector José Manuel Pagán, la filósofa Adela Cortina abrió el debate con la conferencia “Marco ético para una IA confiable”. Cortina sostuvo que los sistemas inteligentes sólo merecen el calificativo de “fiables” cuando incorporan mecanismos efectivos de justicia algorítmica, rendición de cuentas y participación deliberativa. Insistió en que la neutralidad tecnológica es un mito: los algoritmos amplifican sesgos latentes si los desarrolladores no actúan con propósito corrector y transparencia hacia el usuario final. Su tesis marcó el tono de un congreso decidido a colocar la ética en la fase de diseño, no en la post-implementación de la IA.
La primera mesa redonda abordó la gobernanza algorítmica desde el derecho y la ingeniería. El profesor Enrique Estellés explicó por qué publicar el código fuente resulta insuficiente: lo decisivo, dijo, es una transparencia funcional que identifique variables críticas, objetivos de optimización y límites de uso. El jurista Ricard Martínez enlazó esa demanda con la inminente entrada en vigor del Reglamento Europeo de IA y con el futuro Espacio Europeo de Datos Sanitarios, normas que exigirán certificaciones ex ante para los sistemas que operen en biomedicina. Desde la bioética clínica, Federico de Montalvo recordó que la mera presencia de IA en consulta puede generar efectos placebo o nocebo y reclamó un consentimiento informado “aumentado”, adaptado a la alfabetización digital de cada paciente.
En el plano antropológico, José Justo Megías subrayó que los algoritmos, como instrumentos, carecen de dignidad propia, pero pueden vulnerarla si erosionan autonomía o igualdad. Rafael Amo añadió una alerta epistemológica: la medicina basada en correlaciones estadísticas no puede confundirse con conocimiento causal justificado. Cerró la mesa Luis Echarte, quien advirtió sobre un “tecno-autonomismo” que delega decisiones complejas en sistemas opacos, diluyendo la responsabilidad moral del profesional sanitario.
Desde el ángulo cultural, Andrea Ciucci, de la fundación vaticana RenAIssance, retrató la IA como “espejo de nuestras expectativas colectivas” y propuso tres filtros de discernimiento: creatividad responsable, refuerzo de los lazos comunitarios y esperanza realista que evite tanto el tecno-utopismo como el tecno-apocalipsis. Su intervención recordó que la discusión sobre algoritmos no es sólo técnica ni jurídica, sino también narrativa y simbólica.
El cierre estuvo a cargo de los juristas Vicente Bellver y Alfonso Ballesteros, que coincidieron en la necesidad de someter los sistemas de decisión automatizada a los principios clásicos del Estado de derecho; publicidad, irretroactividad y proporcionalidad, y de habilitar vías de apelación cuando los algoritmos afecten derechos fundamentales. Con esa idea se puso punto final a una jornada que, más que responder preguntas definitivas, delineó una hoja de ruta: incorporar la ética en el desarrollo de la IA, exigir auditorías independientes antes de su despliegue clínico y mantener bajo control democrático la “caja negra” de los modelos complejos.
El Observatorio de Bioética anunció la próxima publicación de un libro blanco con las conclusiones y recomendaciones surgidas del congreso.
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Más información:
Centro Anáhuac de Desarrollo Estratégico en Bioética (CADEBI)
Dr. Alejandro Sánchez Guerrero
alejandro.sanchezg@anahuac.mx