Cuando una vida deja de contar
En las últimas semanas, el país se ha visto sacudido —o tal vez no lo suficiente, lo cual resulta aún más preocupante— por manifestaciones extremas de violencia en diversos estados de la República. Hace poco, los noticieros informaban sobre el asesinato, en Veracruz, de una maestra jubilada a manos del crimen organizado, tras negarse a pagar a la delincuencia por el “derecho” de seguir trabajando y procurando una mejor calidad de vida; una calidad de vida que, al parecer, el Estado ha sido incapaz de garantizar. Si este hecho resultó impactante, aún más lo fue la noticia difundida días recientes: en el Estado de México, se halló en una vecindad el cuerpo sin vida de un niño de cinco años. La causa: una deuda de mil pesos adquirida por su madre y que no había podido saldar.
No es propósito de esta breve columna profundizar en los detalles de estos delitos, pues los periodistas ya han cumplido con informar sobre estos trágicos, infames y tristísimos acontecimientos. Sin embargo, más allá de encender nuestra indignación, estos sucesos deben llevarnos a reflexionar sobre la sociedad en que vivimos y que, entre todos, construimos: una sociedad que parece otorgar reconocimiento y valor a ciertas vidas —como la del cantante Ozzy Osbourne, a quien se dedicaron minutos de honor en las cámaras legislativas—, mientras menosprecia la de otras, como la de la maestra Irma o el pequeño Fernando.
A propósito de ello, resulta pertinente traer a colación la reflexión de la filósofa estadounidense Judith Butler en torno a la pregunta: ¿qué significa una vida? Y podríamos ir más allá: ¿qué hace que una vida tenga valor?
Para Butler, hay dos elementos esenciales que encontramos en Precarious Life (2004) y Frames of War (2009). La autora sostiene que la vida no puede definirse únicamente desde la biología: es también relacional, simbólica y política. Desde la perspectiva de la tradición del pensamiento cristiano, afirmamos que el valor de toda vida es intrínseco; sin embargo, es útil e importante incorporar estas aportaciones contemporáneas, pues, por más que la vida valga por sí misma, necesita ser reconocida, promovida y protegida, no solo por la comunidad que la acoge, sino por las instituciones estatales que tienen la obligación de garantizar su pleno desarrollo.
Otro concepto clave que Butler aporta a la reflexión contemporánea es el de precariedad. Toda vida es, en esencia, precaria; no obstante, no lo es de la misma forma ni en la misma medida. Si bien nuestra naturaleza revela nuestra vulnerabilidad, fragilidad y dependencia, la protección frente a dicha precariedad se distribuye de manera desigual. En la realidad, la muerte natural de una superestrella resulta más “llorable” que la pérdida violenta de dos personas desconocidas, ubicadas en los extremos de la vida —la ancianidad y la niñez—. La indiferencia institucional frente a estos casos es una prueba irrefutable de ello.
Tanto los hechos mencionados como las reflexiones de Butler sobre el valor de la vida y las dinámicas que determinan su reconocimiento remiten a la noción clásica de dignidad humana y a su vínculo con la búsqueda del bien y de la verdad. En Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963), la filósofa alemana Hannah Arendt examina las condiciones político-sociales que posibilitaron las atrocidades del Holocausto. Concluye que la incapacidad de pensar críticamente conduce, con frecuencia, a obedecer marcos normativos que atentan contra el valor inconmensurable de la vida humana, impidiendo reconocer la igualdad del otro frente al yo.
Si bien la filosofía clásica ofrece fundamentos para afirmar que toda vida humana es valiosa por el simple hecho de ser, es preciso cultivar en nosotros —y en las nuevas generaciones— la capacidad de pensar críticamente, de interrogar la realidad que habitamos, confrontarla con la verdad y el bien, y orientar nuestros juicios y acciones hacia la construcción de una sociedad más justa, que valore la vida por encima de cualquier otro interés y exija a gobiernos e instituciones las condiciones necesarias para el pleno desarrollo de la persona humana. Solo en la medida en que no banalicemos el mal, reconozcamos el valor de la persona y compartamos nuestra fragilidad de manera equitativa, podremos acercarnos a un estado de bienestar que nos conduzca a nuestro fin último: el florecimiento y la verdadera felicidad.
Por el Mtro. Juan Pablo Flores Martínez
Docente de la Escuela de Humanidades
Bibliografía:
Butler, Judith. Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence. London: Verso, 2006.
Butler, Judith. Frames of War: When Is Life Grievable? London: Verso, 2009.
Arendt, Hannah. Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil. New York: Viking Press, 1964.