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VIVIR

Elogio de la lentitud. Vivir despacio en tiempos acelerados

Vivimos deprisa. Nos levantamos de la cama con el despertador más temprano de lo que en realidad quisiéramos; desayunamos mirando el móvil, contestamos correos antes de llegar a la oficina y nos vamos a dormir con la sensación de no haber hecho suficiente. Todo debe ser rápido, eficaz, productivo. Nos hemos acostumbrado a vivir con la agenda llena y la mente en mil sitios a la vez, como si estar ocupados fuera sinónimo de estar vivos. 
 

En la cultura de la prisa, la lentitud parece una rareza, o más bien una debilidad. Se mira con recelo al que se toma su tiempo, al que no responde inmediatamente, al que camina despacio o deja espacios vacíos en su calendario. La productividad se ha convertido en el nuevo tótem de la modernidad: quien no rinde, no vale. Pero... ¿y si estuviéramos equivocados? 
 

No se deben negar los beneficios del esfuerzo ni de demonizar el trabajo bien hecho. Se trata de preguntarnos si este ritmo vertiginoso nos está alejando de lo esencial. ¿De qué sirve llegar a todo si lo hacemos sin presencia? ¿Qué sentido tiene vivir corriendo si no sabemos hacia dónde? 
 

Existen personas que reivindican la necesidad de desacelerar. El movimiento lento propone otra manera de estar en el mundo: más consciente, más profunda, más humana. Desde la alimentación con tiempo, sabor y raíz, hasta el promover entornos urbanos pensados para el disfrute y la convivencia, entonces la lentitud empieza a recuperar su valor; pues el ir más despacio no es hacer menos. Es hacer mejor, con más atención, más sentido, más alma. Leer sin estar mirando el reloj. Comer sin pantallas. Escuchar de verdad. Aburrirse un poco. Respirar hondo. Todas ellas son formas de resistencia frente a un sistema que nos quiere siempre disponibles, siempre ocupados, siempre acelerados. 
 

Las consecuencias de este vértigo constante en nuestras vidas están a la vista como lo es la ansiedad, el insomnio, la fatiga crónica, las relaciones superficiales, y una creatividad marchita. Vivir a toda velocidad nos desconecta de los demás y de nosotros mismos. Tal vez, lo verdaderamente urgente no sea llegar antes, sino saber detenerse y recordar lo verdadero de la vida. 
 

El poder recuperar la lentitud no es un capricho nostálgico, pues es una necesidad vital. En un mundo que idolatra la productividad, el vivir despacio se convierte en un acto profundamente revolucionario, pero que nos dará el oxígeno que nutra nuestra existencia, ello porque nuestra alma necesita pausas.

 

Dra. Erika Elizabeth Ramm González 

Docente de la Licenciatura en Derecho