Los influencers: ¿modelos a seguir o productos de consumo?
En la era digital, los influencers han pasado de compartir sus experiencias personales a convertirse en figuras centrales de la cultura del consumo. Sin embargo, en algún punto dejamos de percibirlos como individuos reales y los transformamos en “productos” diseñados para entretenernos, distraernos o incluso canalizar nuestras frustraciones. ¿Somos realmente conscientes de la manera en que los tratamos?
La exposición constante de su vida cotidiana, desde sus elecciones de consumo hasta sus relaciones personales, genera en la audiencia la sensación de cercanía. Esta familiaridad nos hace olvidar que, tras la pantalla, son personas con emociones y procesos propios. El escrutinio público al que los sometemos es muchas veces implacable e injusto.
Si bien la libertad de expresión nos permite opinar sobre quienes eligen exponerse públicamente, ¿qué nos da derecho a evaluar cada decisión que toman? Nos hemos acostumbrado a criticar su apariencia, sus relaciones y sus hábitos como si fueran personajes de ficción, olvidando el impacto que nuestras palabras pueden tener en su bienestar emocional.
Este fenómeno también afecta a la audiencia. La idealización de sus vidas genera expectativas irreales y afecta la estabilidad emocional de quienes comparan su realidad con la de estos personajes digitales. Al mismo tiempo, muchos creadores de contenido han expresado padecer ansiedad y depresión debido a la presión de mantenerse relevantes y a la constante crítica de sus seguidores.
Como usuarios de redes sociales, debemos asumir nuestra responsabilidad en la manera en que consumimos contenido. Esto implica respetar a los creadores, comprender que solo muestran una parte de su vida y evitar convertirlos en figuras inalcanzables o en blanco de críticas destructivas.
Por otro lado, los influencers también tienen un compromiso con su audiencia. Su gran alcance les exige promover mensajes auténticos, evitar la desinformación y generar contenido responsable que no refuerce estereotipos dañinos ni expectativas inalcanzables. Su influencia no solo se mide en términos de engagement, sino en el impacto real que generan en su comunidad.
¿La solución? Dejar de deshumanizarlos y recordar que son personas con defectos y virtudes, con derecho a decidir qué parte de su vida compartir. Al final, la forma en que los tratamos dice más sobre nosotros que sobre ellos.
Por la Mtra. Úrsula Salinas González
Docente de la Escuela de Economía y Negocios