Reconocimiento del Estado de Palestina: diplomacia, límites y esperanzas
Mientras el mundo observa con preocupación la devastación en Gaza, una nueva ola diplomática ha colocado al Estado de Palestina nuevamente en el centro del debate internacional. Varios países incluidos Canadá, Australia, Reino Unido y Francia han anunciado su reconocimiento, un gesto que, más allá de lo simbólico, busca reforzar lo que desde hace décadas se presenta como la única salida viable al conflicto: la solución de dos Estados.
En mayo de 2024, la Asamblea General de la ONU aprobó con 143 votos a favor, 9 en contra y 25 abstenciones una resolución que declaró que Palestina reúne las condiciones para ser admitida como miembro pleno y recomendó al Consejo de Seguridad reconsiderar su solicitud. Sin embargo, en abril de ese mismo año Estados Unidos ejerció su poder de veto en el Consejo, bloqueando la admisión formal. Palestina mantiene así el estatus de Estado observador, con derechos ampliados, pero sin voto.
Hoy, 147 de los 193 Estados miembros de la ONU reconocen a Palestina, aunque algunos lo han hecho imponiendo condiciones: elecciones bajo ciertas reglas o la exclusión de determinados actores políticos. Otros, como Reino Unido, han vinculado su reconocimiento a que, en palabras del primer ministro Keir Starmer, “el gobierno de Israel tome medidas sustantivas para poner fin a la terrible situación en Gaza”. Estas posiciones reflejan realmente una fuerza simbólica frente a limitaciones prácticas.
La viabilidad de un Estado palestino enfrenta, además, obstáculos reales sobre el terreno. La fragmentación territorial entre Gaza y Cisjordania -sin mencionar a los más de 700,000 colonos israelíes que habitan actualmente en Cisjordania y el este de Jerusalén- sería la primera en uno de los elementos esenciales para constituir el futuro Estado Palestino. Además de la separación territorial, los bloqueos y la expansión de asentamientos complican cualquier negociación seria. A ello se suma la división política palestina: la Autoridad Palestina con poder limitado en Cisjordania y Hamas rigiendo Gaza, sin elecciones generales en casi dos décadas.
Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿sirve de algo el reconocimiento internacional? La respuesta es sí, pero con matices. Es un primer paso de un largo camino, pero es un primer paso valioso porque legitima reclamos, presiona diplomáticamente y visibiliza derechos. Sin embargo, si no se acompaña de medidas concretas —como acceso humanitario pleno, desmantelamiento de asentamientos, elecciones libres y mecanismos de rendición de cuentas—, corre el riesgo de convertirse en lo que muchos califican como “simple simbolismo”, aquello que solo cubre sin transformar.
El debate sobre la solución de dos Estados se encuentra desgastado, pero no muerto. La ONU lo sigue respaldando y, el 12 septiembre de 2025, la Asamblea General volvió a aprobar resoluciones que enfatizan la urgencia de pasos irreversibles hacia este objetivo. No obstante, hay voces que cuestionan si esta fórmula sigue siendo viable o si ha llegado el momento de replantear escenarios basados en un principio más básico: garantizar derechos sin importar el modelo estatal.
Como profesora y analista internacional, considero que el momento actual exige menos consignas y más empatía informada. No se trata de votar a favor o en contra, sino de elegir un valor: el valor de la vida humana. La verdadera medida del reconocimiento de Palestina no solo estará en los discursos diplomáticos y en las votaciones de asamblea, sino en reducir la violencia y ampliar los derechos del pueblo palestino que espera vivir con dignidad.
La paz no es ingenuidad. Es una construcción paciente y colectiva. Y en esa tarea, desde las aulas hasta las cancillerías, todos tenemos un papel positivo que desempeñar.
Por la Mtra. Cynthia Jiménez de la Portilla
Docente de la Escuela de Relaciones Internacionales