Tecnología y Humanismo: Redefiniendo la Efectividad Institucional en la Era de la IA
Esta semana me encuentro con la nueva versión de Chat GPT, ya vamos en la 5, y con ella las promesas de mayores y mejores funcionalidades, sumándose a la carrera de otras IAs generativas, lector agregue a la lista las que más le gusten.
Esto ha multiplicado tanto las expectativas como los temores. Las empresas y organizaciones, seducidas por las promesas de automatización y análisis predictivo, comienzan a medir la “efectividad” con métricas que, paradójicamente, podrían desdibujar lo que hace que una institución sea verdaderamente humana.
El problema por supuesto no está en la tecnología, sino en el marco de interpretación que la acompaña. Reducir la efectividad institucional a indicadores de velocidad, incremento de utilidades o volumen de datos procesados por supuesto es parte de la misión de cualquier empresa o institución; sin embargo, implica olvidar que una institución es, antes que un sistema, una comunidad de personas con historias, vocaciones y decisiones con libre albedrío. El ser humano no es solo un “qué” o un conjunto de funciones biológicas, sino un “quién”, es alguien irrepetible, capaz de creatividad y responsabilidad, llamado a actuar con sentido, ética y buscar una trascendencia personal.
Las empresas e instituciones tienen una misión que va más allá de solo satisfacer necesidades y lograr utilidades, y si no lo tienen, ya se han perdido en su verdadera vocación. No hay mayor pobreza que no tener un sentido trascendente y finalidad mayor.
La IA también puede contribuir a una efectividad que no se mida únicamente por el rendimiento financiero, sino también por la calidad ética de sus resultados, pero esto exige que los líderes no deleguen en algoritmos lo que corresponde a la conciencia moral: discernir lo que es bueno para las personas, lo justo para la sociedad y lo sostenible para el planeta. La eficiencia sin ética no es progreso, sino riesgo. La historia de la técnica nos recuerda que cada avance abre la posibilidad de usos que dignifican o degradan, que crean o destruyen, por cierto, esta semana se recordó los efectos de la bomba en Hiroshima, de la cual ya se cuentan 80 años…
El ejercicio de la dirección de empresas en la era de la IA implica custodiar tres dimensiones: la dignidad de cada persona, la orientación al bien común y la apertura a la verdad. La dignidad requiere que la tecnología sea herramienta y no fin; el bien común, que su implementación no beneficie solo a unos pocos; la verdad, que el uso de datos y contenidos respete la integridad de la información y evite manipulaciones.
Esto tiene implicaciones prácticas. La capacitación ya no puede limitarse a destrezas técnicas: debe incluir el desarrollo de habilidades blandas, particularmente la empatía, el pensamiento crítico, y comunicación efectiva y honesta. Los procesos de decisión necesitan espacios deliberativos donde la voz humana tenga el peso final, especialmente en cuestiones que afectan derechos o identidades. Y la cultura institucional ha de incorporar principios claros sobre transparencia, privacidad y uso responsable de la IA, no como un apéndice legal, sino como parte de su identidad.
La era de la inteligencia artificial nos invita a redefinir el concepto de Efectividad Institucional o quizá más bien regresar al concepto original; nos invita a pensar si el rumbo tecnológico que tomamos nos acerca o nos aleja de aquello que, en el fondo, todos anhelamos: una vida buena, justa y con sentido.
No se trata de elegir entre progreso y humanismo, sino de comprender que el primero, sin el segundo, no es progreso.
Dr. Ricardo López Fabre
Director de la Escuela de Economía y Negocios