Procrastinación: dejar para mañana lo que puedes hacer hoy (y gozarlo)
Procrastinar es sinónimo de flojera, no tienes suficiente voluntad y además gestionas mal el tiempo, es fácil, sólo tienes que organizarte y motivarte.
Pero, ¿y si te dijera que posponer tareas importantes no es un defecto, sino una forma elegante, casi artística, de lidiar con el deseo, la culpa y la angustia? Sí, ya sé, suena rebuscado y parece que estoy romantizando el tema. Pero vamos a desmenuzarlo con calma, porque yo también pospongo.
Para empezar, no te has dado cuenta de lo más obvio, todos hemos procrastinado alguna vez. Desde no contestar mensajes, no terminar la tarea, no poner atención en clases para estudiar después por tu cuenta, no arreglar un problema por lo incomodo que es, hasta dejar la tesis con la excusa de que es mucho trabajo. Y no, no es sólo que seas desorganizado, que no estes motivado y que no tengas fuerza de voluntad.
Ya sé, tu quieres saber qué es la procrastinación y qué hacer para erradicarla. La palabra "procrastinación" viene del latín pro (adelante) y crastinus (mañana). Suena poético, ¿no? Como si aplazar cosas fuera parte de una filosofía de vida, pero en realidad no es tan simple como lo piensas o la sociedad lo juzga. Es un aplazamiento del deseo. Y no porque no quieras hacer algo, si quieres, pero que no sea tan difícil de resolver y que además sea practico, y que además sea divertido y que si se puede mejor lo resuelvan otros, ¿no sería utópico seguir con responsabilidades de niño en un cuerpo de adulto para autorizarnos y hacer todo lo que queramos, pero sin que eso tenga consecuencias de las que hacerse cargo?
¿Sabías que se recomienda descartar algo más grave? Como daño cerebral. Sí, como lo lees. Una entrevista clínica, pruebas de funciones ejecutivas, atención, memoria… todo un escáner para asegurarse de que tu pereza no venga de una disfunción neurológica. Pero una vez que descartamos que el problema está en el hardware, pasamos al software: la psique. Y ahí, amigo lector, se pone interesante.
¿Has escuchado algo de psicoanálisis?, ese viejo conocido que a muchos espanta por las cosas que dice, pero que nos recuerda que no somos tan racionales como creemos. Según esta mirada, la procrastinación no es solo una demora, sino una forma de suspender el goce. Imagínate, desear hacer algo como cuando de niño soñabas ser astronauta, medico, policía y que en la realidad eso no sea tan accesible para ti y entonces toque poner en el perchero tu sueño, ahí cuelgas tu deseo, esperando a que algo pase para que suceda.
Mientras tanto tienes placeres esporádicos pero que están a la mano, como comprarte la ropa que quieres, comer algo rico, ir al cine, conciertos, ver una serie, algo de la vida que produzca una sensación intensa, efímera y que implique poco tiempo y esfuerzo, ¿en una sociedad donde todo está lleno de hacks, para qué vamos a gastar energía pensando y trabajando por lo que queremos verdad? No te estoy regañando, pero ¿en verdad crees que colgar el deseo no te va a cobrar la factura?
Esa factura la pagas con insatisfacción, parchando la incomodidad con objetos o personas, tomando el control de no hacer la tarea para solo disfrutar y preocuparte o enojarte después porque la tienes que hacer, y así pasa el tiempo. Es como si postergar algo se convirtiera en una forma de disfrutar... de no disfrutar. Raro, pero profundo.
Piénsalo así: hay personas que se sienten mejor esperando que actuando, así no asumen ni el esfuerzo ni cargar con la responsabilidad si algo sale mal. Como si la posibilidad fuera más atractiva que la realización. ¿Nunca te ha pasado que deseabas algo con todas tus fuerzas y cuando por fin lo conseguiste... meh? Lo emocionante estaba en la espera, no en el resultado.
Y ahí tenemos a los diversos tipos de la procrastinación. ¿quieres saber cuál eres?
Los crónicos. No porque haya una enfermedad, sino porque se rigen bajo el “voy a hacerlo”, pero misteriosamente nunca lo hacen. Para ellos, terminar una tarea puede significar enfrentarse a un vacío, o peor, a un cambio. Y si logro esto... ¿y luego qué? ¿Y si no era suficiente? ¿Y si descubro que no era lo que quería? Es más seguro quedarse en el limbo de lo pendiente, donde todo es potencial y nada es fracaso. No hay que arriesgar, mejor, lo seguro.
En otro lugar están los procrastinadores ocasionales, esos que se pierden en el scroll eterno de los videos de gatitos, datos interesantes en menos de 30 segundos, tutoriales o reviews para correr a comprar algo, mientras la fecha límite para entregar la tarea o estudiar para el examen se acerca a la velocidad de la luz. Lamento decirte que en lo virtual tu deseo se despliega sin compromiso, como si estuvieras haciendo algo... sin hacer nada. Pero luego te sentirás mal porque fuiste improductivo.
Procrastinar puede ser una defensa frente a la angustia. Mejor no empezar esa tarea que activa todas tus inseguridades: ¿y si no soy lo suficientemente bueno? ¿Y si fallo? Entonces la mente, astuta, te lleva a acostarte en tu cama, revisar correos, a ordenar la casa, todo menos enfrentarte a esa amenaza emocional.
A veces puede entrar al juego la culpa. Sí, en algún rincón de tu mente crees que no mereces el éxito o la productividad, ¿por qué ibas a terminar esa tarea que te haría sentir realizado? Es más fácil sabotearte un poquito. Y otras veces, la procrastinación es la respuesta rebelde a una autoexigencia interna: si sientes que “deberías” ser productivo todo el tiempo, tal vez procrastinar sea tu manera de decir “no quiero”, aunque sea a escondidas.
Ahora bien, ¿qué hacemos con esto? ¿tienes que ir a terapia, seguir tutoriales con herramientas de organización, rituales mágicos?
Desde una perspectiva clínica, lo primero es dejar de ver la procrastinación como un enemigo a destruir. No se trata de erradicarla (eso solo generaría más ansiedad), sino de comprenderla. ¿Qué deseo está escondido debajo de esa demora? ¿Qué angustia evita?
Y sí, hay técnicas que ayudan, pero lamento decirte que no puedes escapar de pensar, tanto si realizas las técnicas que hay o no. Pregúntate, ¿qué es el deseo? ¿Cuál es mi deseo? (“¿qué me levanta de mi cama calientita y acogedora para salir de casa? Hasta estrategias más prácticas como el FODA (identificar tus fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas) y el CAME (corregir, afrontar, mantener, explotar) lo que salió en el FODA. Todo suena a plan de negocios, pero bien adaptado, puede ser una brújula útil para no quedar a la deriva entre “debo” y “mañana lo hago”.
También sirven los clásicos: dividir tareas grandes en pasos pequeños (spoiler: esto es magia para el cerebro), usar la técnica Pomodoro (trabajar 25 minutos y descansar 5) o incluso aplicar la regla de los 2 minutos (“solo lo haré dos minutos… y si quiero parar, paro”). Muchas veces, empezar es lo único realmente difícil.
La gran conclusión es que la procrastinación no es pereza disfrazada, sino un síntoma de algo más profundo. No es falta de carácter, sino una forma de lidiar con lo que no queremos ver. Por eso, antes de castigarte por postergar, pregúntate: ¿qué estoy evitando en realidad?
Tal vez procrastinar sea una invitación a mirar de frente ese deseo que te incomoda, pero también te transforma. Ya decía Lacan, “has vivido conforme al deseo que te habita (¿?)”, Porque al final, no se trata de hacer todo ya, sino de asumir que no somos los que fuimos ayer, que no se puede todo y para acceder a lo que sí se puede hay que construirlo y trabajar. Aunque sea... mañana.
Por la Mtra. Gloria Navarro Niño
Terapeuta de la Clínica de Psicología en el Programa de Desarrollo Personal