Desigualdad: El Reto del Siglo XXI para Alcanzar el Desarrollo y la Paz Internacional en el Nuevo Orden Mundial

Dr. Ruy Rodríguez Gabarrón Hernández
Director de la Maestría en Administración Pública

A inicios del Siglo XXI, la desigualdad parece ser el problema más importante de la humanidad, y lo es. Aun cuando la desigualdad ha existido desde hace mucho tiempo, hoy día, sus consecuencias se hacen más evidentes. Hablamos de desigualdad económica, social, política, y jurídica. Todas entrelazadas, han llevado a formas de organización económica, social, política, y jurídica, desiguales. El impacto es gente pobre, con menos oportunidades, menos participación en la vida política, problemas sociales, y una impartición de justicia parcial, entre otros. Autores como Thomas Piketty, Kate Wilkinson, Jeffrey Sachs, Joseph Stiglitz, Amartya Sen, Michael Sandel o Walter Sheidel, entre otros, lo dejan de manifiesto claramente.

Scheidel, demuestra que el problema de la desigualdad existe desde los inicios de la humanidad. Vestigios arqueológicos demuestran como algunas personas (muy pocas) fueron enterradas bajo rituales pomposos y acompañados de objetos valiosos mientras que la gran mayoría no gozaron de esa despedida y reconocimiento. Esta práctica se repite en todas las civilizaciones. Rituales que no necesariamente reconocían el mérito de una vida de trabajo, de logros en la guerra o ayuda a los demás, pues se han encontrado cuerpos de niños ritualizados cuya vida fue demasiado corta como para haberlo logrado. Se trataba de posiciones sociales y familiares privilegiadas. Esta circunstancia no siempre fue así, cuando el ser humano era cazador-recolector existía mayor igualdad, fue hasta que el ser humano gobernó sobre la agricultura y eventualmente la creación de exceso de recursos, que las jerarquías se hicieron presente para institucionalizarse. Las crisis, las guerras, y el surgimiento del Estado nación, aumentaron dicha jerarquía social, económica, y política.

De acuerdo a Scheidel (profesor de Harvard), la desigualdad ha existido siempre. Sugiere -en su obra The Great Leveler (el gran nivelador)- que cuando la desigualdad se expande ampliamente en la sociedad, siempre surge un gran nivelador (que en realidad son 4): Caída del Estado, Guerra masiva, pandemias letales, o revoluciones transformadoras. Sugiero que el sentimiento natural del ser humano a la igualdad se enfrenta a la desigualdad expandida y surge el conflicto (en el caso de Estados fallidos, guerra generalizada o revoluciones).

El valor de la igualdad (como parte de lo justo) parece ser natural al ser humano en lo individual pero no en lo social (cuando la organización social conlleva sobrevivir). La organización social, política y económica han incentivado la desigualdad desde hace 13,500 años cuando la humanidad se hizo agricultora. Esta actividad permitió el excedente de recursos que trajo como consecuencia el comercio, la negociación y la organización jerárquica para administrarlos. Individualmente, cada vez más personas creen en la igualdad (como un derecho humano), pero cuando se actúa en sociedad, la desigualdad parece ser una regla: identificar a los desiguales y excluirlos, castigarlos o ignorarlos de quienes consideramos iguales semejantes. Se trata de una etiqueta de confianza (confiamos más en quienes creemos se parecen más a nosotros). La confianza en otros nos da mayor certeza de alcanzar objetivos comunes para vivir mejor. Aquellas personas que no son iguales a nosotros pocas veces los consideramos. Es por ello que las personas discapacitadas muchas veces quedan fuera de la toma de decisiones de la vida política o económica, al igual que otros grupos vulnerables, las personas económicamente vulnerables, personas de “color diferente”, religión, o los extranjeros, en el caso de la inmigración, o personas con un pensamiento político diferente, e incluso clase económica-social.

El movimiento de derechos humanos ha avanzado para lograr que todas las personas tengan derechos de igualdad y libertad, pero es un proceso lento. Se trata de un cambio de mentalidad social cuyo ritmo varía mucho entre países y culturas. Bajo la idea de la dignidad de las personas -como valor fundamental, piedra angular- de los derechos humanos, la desigualdad ha sido más evidente, así como sus consecuencias que retan a lo que creemos que es bueno, ético, moral, y justo: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, establece la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Es un valor compartido por muchos países de la comunidad internacional. Pero no por todos aún.

La desigualdad impacta en muchas esferas de la vida de las personas y de las instituciones. De acuerdo a Wilkinson y Pickett (The Spirit Level, 2009) las sociedades con mayor desigualdad económica tienen más personas con problemas de obesidad, más número de embarazos precoces, más personas con problemas mentales no atendidas, y más personas en la cárcel, y se sugiere que también la desigualdad impacta en la generación de residuos contaminantes. Estos autores sugieren que estamos frente al fin de una era: aquella del crecimiento material. Los bienes materiales por mucho tiempo significaron mejora en la calidad de las personas, pero hoy día ya no es así. Al parecer la desigualdad económica tiene un impacto social, político, y jurídico. Michael Sandel sugiere que la desigualdad económica se transforma en desigualdad política y jurídica. Una sociedad económicamente muy desigual es donde existe una clase alta muy reducida, una clase desfavorecida muy amplia y una clase media no muy gruesa. De acuerdo a estos autores, la desigualdad económica impacta en la personalidad de los individuos y en su vida diaria, así como en sus relaciones con otros miembros de su sociedad. Bajo esta idea -de quienes son iguales a nosotros- las parejas buscan personas semejantes para casarse, para hacer equipos mercantiles, o para crear sociedad civil, pero también para generar equipos políticos. Generalmente una persona se casa con alguien de su misma clase social, hace negocios con empresarios de confianza, generan grupos con los mismos valores (medio ambiente, apoyo a grupos vulnerables, o apoyo a los derechos humanos), y partidos políticos con objetivos comunes. Se trata de crear lazos entre personas que dan certeza a mis convicciones.

Max Weber catalogaba a la organización social y política en dos grupos, aquellas sociedades patrimonialistas y las meritocráticas. Las primeras basan su organización en lazos familiares o de altruismo recíproco (amigos que se hacen favores unos a otros, ¿suena familiar?). Las segundas, son aquellas que basan su organización en el reconocimiento de las personas más preparadas independientemente de los lazos de cercanía con el líder: se contrata al mejor y no al que conoces. Esta diferencia es aplicable al día de hoy en muchos países y organizaciones. Algunos países tuvieron que cambiar del patrimonialismo a la meritocracia de forma obligada, es el caso de aquellos países que frente a la guerra se vieron obligados a contratar a los mejores para ganar la confronta y no al familiar o al amigo (o no hubieran tenido a los mejores empleados frente al riesgo de ser invadidos). Así sucede también frente a un desastre natural o cuando la competencia en una empresa es inminente: hacen falta los mejores para salir adelante. Francis Fukuyama (en The origins of political order and political decay, 2015) sugiere que es natural al ser humano rodearse de gente cercana, de confianza, para defender sus intereses (patrimonialistas principalmente) pero cuando se trata de cuestiones sociales y de desarrollo, debe existir un cambio. Actualmente existe lo que él designa como neopatrimonialismo: se finge ser meritocrático, pero realmente se es patrimonialista. Cambiar la mentalidad de las personas es difícil pero necesario por el bien de todos… todos. Las circunstancias políticas, económicas, y aleatorias, marcarán el camino de la organización política.

La desigualdad es un problema latente. Siempre ha existido, pero hoy es más visible dado que más gente la sufre. De acuerdo a Hans Rosling (en su libro Fact fulness), aun cuando el planeta avanza -lentamente- y estamos mejor que hace 100, 50 ó 30 años, la desigualdad prevalece porque la riqueza se acumula en pocos. Conforme el planeta tiene más gente, la desigualdad afecta a más personas. Los valores nuevos de igualdad -legalmente establecidos en tratados internacionales y constituciones políticas- dan a las personas herramientas nuevas para exigir igualdad frente a una sociedad desigual. Se crea una brecha entre grupos sociales, generalmente entre lo que tienen el poder y quienes no. El papel del Gobierno es reducir esa brecha. Para hacerlo se requieren de políticas públicas que escuchen a los más desfavorecidos y negocien con los más favorecidos, que se reconozca el problema públicamente y empresarialmente, al mismo tiempo, en una economía de libre mercado, encontrar el punto de equilibrio es la clave. Romper con la idea de estrechar lazos con los que creo iguales es difícil porque contraviene nuestra naturaleza de supervivencia (excluir para sobrevivir). Cuando los grupos humanos eran reducidos funcionaba, pero ahora que convivimos millones de personas en un país, ya no es suficiente. La desigualdad económica se transforma en desigualdad social, política y jurídica que genera problemas de la misma naturaleza. Conforme las sociedades se hacen más complejas, hacen falta soluciones más elaboradas: involucrar a más personas, grupos, e instituciones para generar el cambio. La cooperación es necesaria cuando las poblaciones son más extensas y más exigentes (como hoy día), pero también está el imperativo del respeto a la dignidad humana.

La desigualdad ha marcado una forma de supervivencia humana, aliarse con nuestros iguales permite ventajas sobre el entorno, esa idea ha permeado en lo político y lo económico. Bajo los valores contemporáneos, parece algo incorrecto, cuando vemos a tanta gente sufriendo y siendo excluida de la organización política y económica, nos damos cuenta de que es verdad, pero no siempre pensamos así. Darnos cuenta del sufrimiento humano nos ha cambiado desde 1945 y se acentúa con los medios de comunicación. Cooperación es un apalabra clave frente al problema de la desigualdad. Crear mecanismos para ello debe ser parte de las políticas públicas y de la actuación del sector privado. La iniciativa privada y el sector público han buscado defender sus intereses, ahora deben buscar un equilibrio entre ambas.

La desigualdad es definitivamente un problema social que se representa en la economía, la política y la justicia. La igualdad parece ser un valor del ser humano, las protestas del mundo actual – en el fondo- tienen ese reclamo.

En el mundo actual, la idea del Poder se cuestiona y el poder se disuelve (Moisés Naím), parece natural que las personas exijan mayor igualdad. La defensa de la dignidad ha mutado (Francis Fukuyama), ha pasado de la dignidad del guerrero, del monarca, de la dignidad social para todos (derechos humanos) a la dignidad de grupos identificados por sus valores (grupos vulnerables), la idea de la dignidad pregona la igualdad. La dignidad pertenece a todos, esa es la idea más poderosa desde la segunda posguerra. Este sentimiento se enfrenta hoy día al Poder (de cualquier tipo) y al Estado. Esto está generando un nuevo orden mundial. El futuro depende de la capacidad del Estado para escuchar y atender el reclamo de igualdad de la sociedad. Es un fenómeno mundial para beneficio de todos.