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Búsquedas poéticas para la nueva época

Es verdad que su lectura y su escritura requieren de un talento especial.

Por el Dr. José Antonio Forzán Gómez

UNA VIDA DE SIEMPRE

Su presencia es casi imperceptible. Se arrincona entre las notas musicales, respira entre los avisos de la memoria, recorre los anuncios y se manifiesta en las celebraciones familiares. Acorazada por el tiempo y protegida por su valor intrínseco, la poesía es parte de nuestras vidas y parece imposible renunciar a ella.

Es verdad que su lectura y su escritura requieren de un talento especial. No es el género más gustado entre las encuestas y difícilmente los libros de poesía están presenten en las listas de los más vendidos. Sin embargo, cuando entonamos alguna canción, apelamos a elementos irrenunciables de esta milenaria manifestación literaria. El ritmo, la entonación e, incluso, la rima, son inestimables por su valía práctica y su condición inherente a nuestros ciclos vitales, nuestras emociones y nuestra búsqueda de escucha y permanencia.

Su simple presencia en nuestros almacenes de canciones no puede develar el misterio que envuelve y que la hace compañera de las civilizaciones más antiguas. Baste recordar los Vedas, libros que contienen las enseñanzas versificadas de las religiones arcaicas de la India, para darnos cuenta de la relevancia que ha guardado para comunicarnos con los ámbitos más trascendentes y para ser el receptáculo de las nociones fundamentales sobre el cómo vivir bien.

Asimismo, se puede reconocer la trascendencia poética para conservar las historias mitológicas occidentales en dos libros que surgieron de la oralidad y la colectividad: la Ilíada y la Odisea atribuidas a Homero. Quizás conozcamos estos textos por nuestras lecturas fundamentales,pero siempre será una delicia recuperar las diversas traducciones para ver las posibilidades lingü.sticas que conllevan.

LOS CLÁSICOS Y SU SABIDURÍA

Decía Ítalo Calvino que los clásicos siempre nos resultan una relectura vital que da un nuevo sentido a aquello que es nuestro ruido de fondo. La poesía clásica resignifica nuestra existencia. Los versos de valía son torales para entendernos nuevamente y superar los problemas cotidianos.

Dentro de las páginas de la Biblia podemos destacar expresiones claramente poéticas de los Salmos o de El cantar de los cantares y asombrarnos por las formulaciones del Evangelio de San Juan. El hombre y su relación con Dios, la búsqueda de la plenitud, de la justicia, de la paz y del amor, se acompañan naturalmente de las expresiones que son correspondientes a la belleza. La poesía permite la congruencia entre lo más sublime y el afán cotidiano.

Habría que pensar que esta tradición poética forma parte de la constitución de la cosmogonía occidental. La poesía y la religión, hermanadas por la expresión cuidada, han fincado junto con el pensamiento griego una cosmovisión específica.

De ello han hablado diversos estudiosos de la acción poética, desde Aristóteles en su Arte retórica y poética.

Serán los clásicos los que, como dice Harold Bloom, han labrado el canon occidental y nos han mostrado dónde se encuentra la sabiduría. En ese sentido, el propio Dante en su Divina comedia camina poéticamente acompañado por su maestro en tradición: Virgilio, autor de la Eneida. En el reconocimiento de los antiguos encontramos las piezas claves para descubrir lo que somos y lo que ha dado sentido a nuestro devenir histórico.

Reconocer a nuestros poetas es descubrirnos en nuestra esencia. El lenguaje delimita los espacios, confiere identidades, marca acciones, enarbola los juicios. Los grandes mitos fundacionales de las distintas naciones están repletos de versos y de símbolos que no solo condensan figuras legendarias, sino que proyectan la esencia de un pueblo. Así lo han estudiado los filólogos, quienes se han formado en esta idea de continuidad. Beowulf, el poema anglosajón, será una de las materias de análisis del inglés J.R.R. Tolkien, por mencionar un caso particular.

La historia de la lengua española, que será impulsada por Alfonso X, encontrará sus caminos y sus momentos de plenitud cuyo estudio nos permite entendernos en la hispanidad. Poetas magníficos formaron el Siglo de Oro Español: San Juan de la Cruz toma la mano de lo poético para lograr la unión mística con Dios en plena Noche oscura del alma. Francisco de Quevedo pudo versificar el humor y reflexionar filosóficamente a través del soneto. Luis de Góngora se configuró en medio de las Soledades para cubrirse de símbolos. Solo por mencionar algunos.

Si bien los grandes escritores de todos los tiempos, Miguel de Cervantes y William Shakespeare, no son tan reconocidos por sus sonetos sino por otras de sus creaciones, bien se le podría unir en el parnaso de la escritura una mujer nacida en tierras mexicanas: Sor Juana Inés de la Cruz. Cada verso de Juana de Asbaje merecería gratitud y análisis, además de la afirmación que le llegó muy tarde, siglos después de su muerte.

La fuerza vital de la poesía se debe a que su quehacer es humano: se encarna en la historia. La poesía vive en la vocación, en la entrega que Rilke sugiere en su libro Cartas a un joven poeta. Y, en este tenor, la modernidad que cuestiona el sentido histórico ancestral de la tradición y valora la búsqueda continua de lo nuevo, la poesía encontrará caminos de experimentación.

La poesía deja las plazas y las puestas en escena y se recupera en lo íntimo, como Emily Dickinson. O genera un lenguaje particular para consolidar gramáticas nuevas para Mallarmé, Rimbaud, Valéry, quienes resignifican lo mundano y procuran la revolución por la palabra.

El juego poético con el lenguaje prefigura la ruptura del hombre consigo mismo. Antecede la crisis de sentido que muchos vivificarán décadas más tarde. El modernismo de Rubén Darío y las diversas vanguardias posteriores reflexionarán críticamente los sucesos cuyas consecuencias pagamos actualmente. El balbuceo y la violencia del dadaísmo, el triunfo de la máquina y la muerte del futurismo, los instintos y la negación de la realidad consciente del surrealismo, el grito y el desparpajo del estridentismo, son vaticinios de lo que se conocerá como posmodernidad. Asimismo, la multiplicidad de las personalidades, en diálogo y conflicto, serán la pieza clave para el entendimiento de los heterónimos de Fernando Pessoa.

En ese camino, figuras magníficas como César Vallejo, León Felipe, Miguel Hernández, Antonio Machado, Pablo Neruda, Vicente Huidobro el grupo de los Contemporáneos en México y después José Emilio Pacheco varios más se verán marcados por un verso libre que hable desde la voz interior, a la manera de Walt Withman y Federico García Lorca. Pero también habrá figuras que recuperarán lo clásico para proyectarlo a nuevas dimensiones, como Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes.

Las voces son demasiadas. Por ello, no está demás tener a la mano alguna antología de poesía para los momentos difíciles. Por ejemplo, para recuperar el patrimonio de nuestra lengua y seguir creyendo en nuestro país, algunos títulos: Ómnibus de poesía mexicana (Gabriel Zaid, FCE), Poesía en movimiento (Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco, Siglo XXI) y Antología de poesía mexicana (Juan Domingo Argüelles, Océano).

 

POESÍA: REMEDIO INFALIBLE

Esta vitalidad que no se rinde, hoy se consolida en una dispersión de caminos. No es menor que el año pasado, el Nobel de Literatura haya sido para una poeta, Louis Glück, y el premio Reina Sofía para Anne Carson. La primera, con una apertura a lo mitológico y la segunda, con esa recuperación de lo cotidiano y lo sublime.

La poesía es tensión. Dice el también extraordinario poeta Javier Sicilia que la poesía llega antes que la filosofía, pues apela al descubrimiento crítico y creativo entre la palabra y el silencio. En este estado de excepción, el poeta debe buscar los caminos que abran paso a la reflexión y a lo sublime.

Si bien las grandes transnacionales no dan mucho pie a las ediciones poéticas, podemos encontrar esfuerzos en las redes sociales o en las ediciones casi artesanales e independientes. En esos caminos, encontraremos voces no tan reconocidas como las de José Luis Mejía o Fernando Díaz Cid, que nos explican el instante e iluminan la confusión.

La poesía tiene algo de especial que hace que en Japón el haikú sea un género cultivado en las calles para plasmar los instantes, como lo realizó Juan José Tablada en México. La poesía hace que los jóvenes sigan combatiendo amistosamente en las plazas públicas por el territorio del lenguaje.

Alfonso López Quintás ha encontrado en el arte el espacio ideal para la formación ética. Y tiene razón: la poesía contribuye para rescatar a la madre de las musas, Mnemósine, la memoria sin la cual es imposible crear. Será en esta búsqueda del sentido del lenguaje en el cual recuperaremos el alma y evitaremos la manipulación que el desconocimiento de la verdad conlleva.

En el principio estaba la palabra. Por lo que no es menor la afirmación de Octavio Paz que es una consigna ética: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”.