Aportación Laudato si’
Mtro. Héctor Sampieri Rubach 1
En la encíclica Laudato si’, el Papa Francisco nos invitó con fuerza y decisión a una conversión ecológica integral que no se limitara a cambios técnicos o políticos, sino que sensibilizara profundamente el corazón de la vida cotidiana, cultural y espiritual de la familia humana. En este horizonte, la familia como institución emerge como un núcleo esencial para cultivar una nueva sensibilidad hacia la casa común. Aunque no es el eje central del documento magisterial, la familia aparece de modo estratégico en varios pasajes como escuela de humanidad, espacio formativo de valores y agente indispensable de transformación social. Me gustaría destacar brevemente el rol protagónico que podemos pedirle a la Familia desde la aportación de Laudato si’.
Al inicio, en el número 6, el Papa establece el tono: todo está conectado, recordando una gran aportación de Benedicto XVI y en continuidad con su magisterio. La crisis ambiental no es sólo una cuestión de dióxido de carbono, sino una manifestación de un desequilibrio más profundo que afecta la vida humana y social. En este contexto, la familia no es ajena a la problemática: es víctima de los efectos de la degradación ambiental, pero también sujeto activo de regeneración cultural y moral. Como comunidad básica, la familia transmite modos de habitar, consumir, relacionarse y valorar, y por tanto tiene un impacto directo en el tejido ecológico de la sociedad.
En el número 93 el Papa profundiza esta mirada al recordar que “todo está interconectado”, subrayando que la ecología humana es inseparable del bien común. La familia, como primera comunidad de vida, se convierte en el lugar donde se aprende a convivir, a compartir, a respetar los límites y a cuidar (actitudes que la encíclica enfatiza con maestría). En el contexto familiar puede gestarse una ecología del corazón: la educación en la gratuidad, el afecto y el sentido del otro, como criterios de expresión interpersonal, forman la base para una ética del cuidado mucho más amplia.
Los números 141 y 142 refuerzan la idea de una ecología que abarque todas las dimensiones de la vida, desarrollan la necesidad de articular una verdadera integralidad. No es posible sanar la relación con la naturaleza si no se cura también la relación entre las personas. Allí, la familia tiene un papel clave: cuando acoge, cuando perdona, cuando escucha, cuando educa en la sobriedad y en la empatía, está tejiendo una cultura del encuentro y de la responsabilidad. En este sentido, cada gesto doméstico—reciclar, evitar el desperdicio, enseñar el valor de las cosas—es un acto decidido en favor del bien común.
El Papa señala posteriormente en el número 152 que “la familia es el lugar de la primera socialización”. Esto implica que es allí donde puede gestarse una actitud crítica frente al consumismo, donde se aprenden los ritmos de la naturaleza y se enseñan los valores que permiten resistir la lógica del descarte. La familia que vive su vocación como santuario de vida, de comunión y de apertura, se convierte en un semillero de ciudadanos comprometidos con una sociedad más justa y sostenible.
Casi inmediatamente después, en el número 157 se insiste en la necesidad de una educación ecológica que trascienda los simples datos y se oriente al desarrollo de hábitos. Aquí, el estilo de vida familiar como ya se ha dicho juega un papel decisivo. La familia que ora, que comparte la mesa, que camina junta, que dialoga sobre las noticias, que vive con austeridad y alegría, educa para un tipo de presencia en el mundo que no es depredadora, sino fraterna.
Finalmente, en los números 162 y 213, Papa Francisco nos invita a reconocer que la conversión ecológica comienza en lo cotidiano, en los actos sencillos del devenir del día a día. La familia es el espacio donde esta conversión puede hacerse hábito, cultura y testimonio. Una familia que se sabe parte de la creación y corresponsable de su cuidado, eleva la calidad moral de la sociedad y, con ello, su sostenibilidad ecológica.
En conclusión, la familia no sólo debe ser cuidada frente a los embates de una cultura tecnocrática e individualista, sino también fortalecida como célula regeneradora del tejido social y ecológico. Solo una familia consciente de su misión puede engendrar una ciudadanía ecológica activa, capaz de revertir el daño ambiental desde una renovada ética del cuidado, la sobriedad y la solidaridad. En este año de la Esperanza, a la luz del aniversario de este documento fundamental en el Magisterio del Papa Francisco, es posible para nosotros reconocer y promover de modo consciente el trascendente papel de la familia como escuela de responsabilidad ecológica y social. Una familia así, comprometida con sus miembros y su entorno, es sin duda una esperanza viva para el mundo y puerta al futuro.
1 Licenciado en Ciencias de la Familia por el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las ciencias del matrimonio y la familia. Diplomado en evaluación socioeconómica de proyectos de inversión social. Coach Dialógico por el Instituto de Desarrollo Directivo Integral. Maestro en Coaching Directivo y Liderazgo por OBS-School & Universidad Autónoma de Barcelona. Profesor universitario dentro de la Red de Universidades Anáhuac en diversas materias: Habilidades de Comunicación, Mentoría y Coaching, Compromiso social de la familia, Desarrollo humano sostenible, Pensamiento de Juan Pablo II, Evangelización para la reconstrucción social. Director Nacional del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II, sección mexicana, dentro de la Red de Universidades Anáhuac.