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Lectura y Lenguaje

Lectura y Lenguaje

Por: MAESTRO CARLOS LEPE PINEDA 
Coordinador del Centro Anáhuac de Pensamiento Social Cristiano en Universidad Anáhuac México.

¿Cuántas palabras existen en español? Esa es una buena pregunta. La realidad es que seguramente suman varias decenas de miles hasta acercarse a las cien mil palabras. Por supuesto, aquí se incluyen localismos, regionalismos y neologismos (esto último, palabras nuevas) que incluso no aparecen en muchos diccionarios, pero que son de uso común en ciertos lugares y ambientes.

Recuerdo la sorpresa que produjo, una mañana, visitando una institución en Bogotá, Colombia, cuando amablemente una persona nos dice: “¿le provoca un tinto?” No sabíamos exactamente a qué se refería. Dado que era temprano, nos parecía excesivo tomar vino a esa hora. Pero, ¿y la provocación? Un amigo colombiano vino en nuestra ayuda para traducir: “Pregunta si apetecen un café negro”. Es la maravilla -y el reto- del idioma español.

Frente a aquella enorme exuberancia de nuestro idioma, hay estudios que demuestran que en amplias capas de la población hispanohablante existe un preocupante empobrecimiento del lenguaje. Se calcula que las personas con una mayor limitación lingüística apenas dominan entre 300 y 1,500 palabras. ¿Cómo se hace, entonces, para denominar todos los seres del mundo? En primer lugar, mediante palabras comunes: “cosa”, “eso”. Es común en México recordar el uso y abuso de “ese”: -“Dame el dese”, -“¿Cuál?”, -“¡Pues el de la desa!”

Sin duda, una de las maneras privilegiadas para aumentar nuestro vocabulario es la lectura. Existen obras maravillosas que son un dechado de precisión y riqueza de lenguaje. Pienso, por ejemplo, en la serie del Capitán Alatriste, escrita por Arturo Pérez Reverte, quien nos lleva a la España del siglo XVI, de la mano de Francisco de Quevedo y nos muestra palabras, expresiones y nombres de objetos inimaginables para nosotros hoy en día. Lo más maravilloso es que no necesitamos un diccionario al lado: basta con el contexto de las palabras para descubrir, por mera deducción, cuál es el sentido de la expresión. Es una aventura lingüística profunda y valiosa.

Creo que deberíamos desarrollar la afición a “coleccionar” palabras. Aquellas que suenan extrañas, las que son poco comunes, las que quieren decir más de lo que habríamos imaginado en un principio. Por ejemplo, hace tiempo decían en un documental que, en las partes altas de unas cavernas, hoy día inundadas, había egagrópila fosilizada. ¿Qué es la egagrópila? Claro, en este caso es necesario indagar. En definitiva, se trata de un bolo no digerido que algunas aves arrojan periódicamente, compuesto por plumas, huesos, garras y otros elementos duros de sus presas. Las egagrópilas más comunes son las de los búhos, pero existen muchas otras aves que las producen. En un chiste muy elaborado, en una

película de hace algunos años (Ga’Hoole, 2010) la mamá búho observa a su hijo toser y retorcerse, hasta que escupe algo.

Entonces dice, conmovida: “¡Oh! ¡Es su primera egagrópila!” Seguramente para muchas personas esta gran ocurrencia pasó casi inadvertida.

Dice un consejo muy sabio que es importante leer el modelo de cómo queremos hablar. Efectivamente, si nuestra lectura es nula, nuestra capacidad de expresión, es altamente probable, será muy pobre. Si leemos apenas algunas notas mal redactadas, nuestra expresión oral será defectuosa. Si nos acercamos a la literatura universal, es probable que encontremos giros y expresiones valiosos que podemos incorporar a nuestra expresión cotidiana. Y si hacemos el esfuerzo de leer textos exigentes, interesantes, variados, entonces obtendremos una cultura más amplia y una capacidad de expresión más rica y precisa. Hablamos como leemos. Esta es una ley universal.

Ahora bien, ¿cómo podemos enriquecer el vocabulario de nuestros niños y jóvenes? Un consejo muy sencillo: utilizar sinónimos con naturalidad. Claro que al jugar con la pelota podemos decir constantemente “aviéntala”, pero también podemos decir “lánzala” y “arrójala”, entre otras posibilidades.

Lo mismo en tantos otros ambientes y actividades. Los sinónimos son una riqueza enorme de nuestro idioma que no debemos despreciar.

Finalmente, nunca omitir el uso del diccionario. Un ejemplo. Hay personas que confunden el sentido de la palabra “sendo”. “Se sirvieron sendas copas” lo interpretan como si esas personas se hubieran servido unas copas muy grandes. No es así. La palabra “sendo” quiere decir “uno cada uno”. Por tanto, sendas copas quiere decir “una copa cada uno”.

Recibir “sendas sanciones”, se refiere a que cada uno recibió una sanción, no que la sanción fue grande. La lengua es un arte y debemos beberla de las grandes fuentes: los poetas, los literatos y los escritores consumados.