
Presentamos un texto que profundiza en cómo María, como muchas otras mujeres de su tiempo, cocinó y alimentó a su familia no solo por necesidad, sino amorosamente y como parte de un entramado cultural que unía alimento, fe y vida en común.
María y la familia de Jesús vivieron en la región de Galilea, que formaba parte de la provincia romana de Judea en el siglo I de nuestra era. En aquellos tiempos era una zona rural con pequeñas aldeas y asentamientos agrícolas, entre los que se encontraba Nazaret, un poblado pequeño y modesto. Es posible que hayamos reflexionado poco sobre la vida cotidiana de aquellas mujeres y hombres que giraba en torno al campo, los oficios, la observancia de las leyes religiosas y una economía doméstica que buscaba ser autosuficiente. Sin embargo, igual que hoy, para una familia hebrea cocinar y proveer la mesa eran actividades esenciales, cuyas labores recaían mayoritariamente en las mujeres.
Las cocinas hebreas del siglo I fueron espacios muy distintos a las que conocemos hoy en día. Eran áreas abiertas o con una pequeña techumbre y se ubicaban generalmente al aire libre o en una parte ventilada de la vivienda. El fogón estaba generalmente al centro de la habitación, pero además contaban con un horno de barro conocido como tabun, piedras que al calentarse servían para cocer pan, vasijas de barro para cocinar y almacenar agua, y herramientas rudimentarias como morteros para triturar grano. Casi no se usaban los utensilios de metal. El fuego se alimentaba con ramas secas o excremento animal seco que había que conseguir en el mercado o los alrededores, y el control de la temperatura del fogón requería mucha pericia.
En este entorno doméstico podemos imaginar a María, la madre de Jesús, preparando una comida cotidiana para su familia. En una mañana cualquiera, tras moler grano de trigo o cebada en un molino de piedra, María amasaría una mezcla sencilla de harina, agua y sal, dando forma a panes planos (lechem se’orim) que pondría a cocer sobre una piedra caliente o en el horno. Mientras tanto, en una olla de barro colocada sobre las brasas, herviría tal vez un guiso de lentejas llamado nazid ‘adashim, que incluía cebolla, ajo y unas gotas de aceite de oliva. La sazón se agregaba con hierbas aromáticas como el tomillo o la menta que quizás había recogido de los alrededores. Guisados de legumbres como este incluían en ocasiones carne de cabra, cordero, pescado o pequeñas aves, cuando la economía del hogar o las fiestas lo permitían. Para acompañar la comida, María pondría en la mesa aceitunas, trozos de queso fresco de cabra o de oveja y probablemente unas cuantas pasas de Corinto o higos secos, preservados del verano anterior.
La mesa, un mueble que existía en algunas casas hebreas, era baja. Mesas humildes como la de María, Jesús y José probablemente consistían en colocar los alimentos y bebidas sobre una estera o alfombra. Sentadas o reclinadas alrededor de ella, los miembros de la familia comían mientras platicaban los sucesos del día, llevando los alimentos a la boca utilizando las manos, o bien un trozo de pan a manera de utensilio. En aquellas mesas el agua hervida era la bebida común, aunque en ciertas ocasiones también se consumía vino diluido con agua y miel. A la comida no se le agregaba mucha sal porque esta no era tan accesible como en la actualidad, y la carne, permitida aunque regulada por estrictas leyes, se reservaba para celebraciones o rituales religiosos.
María, una madre cocinera del siglo I, pudo poner sobre la mesa de su familia alimentos sazonados humildes y sobrios. Sin embargo, esta alimentación sencilla debió proveer platillos accesibles y sustanciosos, reflejo de un conocimiento profundo del entorno natural y de una economía del cuidado basada en la administración cotidiana de lo disponible. María, como muchas otras mujeres de su tiempo, cocinó y alimentó a su familia no solo por necesidad, sino amorosamente y como parte de un entramado cultural que unía alimento, fe y vida en común.
Más información:
Dr. Alberto Peralta de Legarreta
alberto.peralta@anahuac.mx
Facultad de Turismo y Gastronomía