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El Orfebre llamado Karol Wojtyla, su legado de amor

Karol Wojtyla (1920 – 2005), hombre de carisma inigualable, filólogo, filósofo, teólogo, escritor, poeta, deportista, actor, papa y santo: san Juan Pablo II, el magno, como algunos lo han llamado. Son pocos los hombres a los que se les atribuye el adjetivo de santo; pero hay que tomar en cuenta que es una de las personas más influyentes en las últimas décadas.

 

Un santo que muchos pudimos ver, tocar, oír, abrazar, llorar, reír con él, pero sobre todo un santo que dejó siempre, a donde iba, un camino sencillo de santidad: el amor. Un llamado al amor que comienza con la experiencia de que hemos sido creados para amar y ser amados porque detrás de todo este hermoso y armonioso universo existe un artífice que nos sostiene: el AMOR. Por eso siempre resonará en nuestros corazones el eco del llamado para amar.

 

¡He aquí unos de sus grandes legados! En esta ocasión el énfasis está en su protagonismo en el amor. Una vida marcada de dolor, desde temprana edad, solo pudo ser sostenida por la fuerza del amor. ¡El amor es más fuerte!

 

El taller del orfebre

 

En 1956, Karol Wojtyla, escribía una de las obras de teatro más conocidas de él: El taller del orfebre. Una obra que nos muestra la “dramaticidad” de la vida pero que es sanada por el Orfebre que forja los corazones hacia el origen: el amor. Pues bien, Karol se convirtió en el Orfebre de nuestros tiempos que, oportuna e inoportunamente, nos insistió en abrir nuestros corazones, de par en par, al Amor.

 

Desde su taller, creaba y forjaba reflexiones, discursos y escritos para transmitirnos de múltiples maneras que la única solución a los desafíos de este mundo era el amor, porque es la única manera de humanizar al mismo hombre. Lo contrario al amor, lleva al vacío, al sin sentido, a la manipulación, a la cosificación.

 

Podríamos decir que, desde su cátedra de Orfebre, siempre quiso enseñarnos, como buen profesor que era, tres lecciones de amor, que son como parte de su gran legado y que de alguna manera fueron las coordenadas de todas sus enseñanzas, no solo porque quería enseñar sino porque las vivía.

 

EXPERIMENTAR EL AMOR

 

Su vida misma fue una gran experiencia de amor, manifestada también en su gran pasión y espíritu evangelizador, que encontró de manera más clara en su encuentro con su amigo Tyranowsky, quién le llevó a navegar en las vías de la espiritualidad de San Juan de la cruz. Eso le ayudó no solo a entender los acontecimientos del mundo sino a comprenderse a sí mismo, a experimentar ese abrazo de Dios que escribía la historia aun en renglones torcidos. De nada servía hablar de Dios si no se hablaba con Dios, si no se tenía esa experiencia profunda de sentirse amado. Bien dice él: me enamoré del amor humano.

 

Esta experiencia es personal, de ahí que invitaba siempre a este encuentro personal con Dios, fuente de amor, e insistía en sanar y fortalecer el vínculo más preciado que es la familia, porque es el primer lugar donde se experimenta a Dios. Fruto de esta invitación a experimentar el amor están las “Catequesis de Teología del cuerpo”, las jornadas mundiales de la juventud, las jornadas mundiales de la familia, la experiencia de la santidad en tantos santos, sus viajes y cercanía con todos. Su vida era ante todo una experiencia de amor. Se entiende su esfuerzo por invitar a tantos matrimonios y familias, como buen Orfebre, a entender el amor como donación, porque es la mayor experiencia de realización.

 

CONOCER EL AMOR

 

Una de sus frases elocuentes sobre esto es: ¡El amor me lo explicó todo! Karol era un hombre tremendamente deseoso de conocimiento. La experiencia del amor, le invitaba también a un esfuerzo intelectual, a conocer más para estar preparado a transmitir de mejor manera su experiencia. Para él, formar la mente y el corazón era fundamental para enfrentar los fuertes desafíos que enfrentaba y por ello invitaba a esa formación filosófica, teológica y científica para entrar en diálogo con otras visiones que tergiversaban la visión del hombre. Un cristiano sin formación queda fácilmente presa de las ideologías, que incluso pueden apartarlo de Dios, pero sobre todo del amor verdadero.

 

Por ello, desde joven sacerdote se dedicó a formar en el amor a jóvenes y a matrimonios, donde se los llevaba de campamento, para que teniendo una experiencia humana pudiera también nutrir de conocimientos su fe y su vida, en continuo diálogo entre fe y razón. Como profesor se preocupaba por tocar los temas que más les inquietaba, pero también para ofrecer una visión adecuada de la persona frente al capitalismo y al comunismo. Como Papa lo podemos plasmar en sus encíclicas, pero sobre todo en la fundación del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las ciencias del matrimonio y la familia.

 

COMUNICAR EL AMOR

 

Quien ha hecho la experiencia del amor, no puede quedarse callado. El amor exige una respuesta y esa respuesta es comunicar. Primero, comunicar el amor con el testimonio, como los primeros cristianos (mirad cómo se aman). Esto fue clave en su vida. Basta recordar cómo se fue apagando su vida en favor de una gran misión. ¡Cuántos testimonios de encuentros con un papa que daba ejemplo de amor! Por eso, invitaba a que fuéramos trasmisores de una cultura del amor, empujaba a la revolución del amor, a “prender fuego en el mundo” pero con el testimonio “si son lo que tienen que ser”

 

Segundo, comunicar el amor con la palabra. Karol era un amante del teatro, sabía lo que era la “palabra” y creía que con la “palabra” se llegaría a la “Palabra”. La experiencia de Dios no podía dejarnos mudos, invitaba a dar gratis, lo que habíamos recibido gratis. De ahí, que Karol Wojtyla fuera un gran comunicador, de palabra y por escrito. Proclamando la verdad sin miedo, pero siempre con caridad. No es difícil percibir que el “Huracán Wojtyla”, como le llegaron a llamar, fue un hombre multifacético que revolucionó el mundo con la fuerza de la palabra, con su ánimo viajero y con su vida desde su cátedra del amor.

 

Cuentan que en el año jubilar del año 2000 se acercó una ex prostituta a saludarlo. Él la recibió, la miró profundamente y la abrazó. Después de este suceso, la mujer lloraba desconsoladamente. Se le acercó una persona, algo preocupada y sin saber el contexto, y le comentó: ¿por qué lloras, mujer? ¡Has saludado al Papa! La mujer, secándose las lágrimas, le respondió: “lloró de amor, jamás un hombre me había mirado así, como este hombre. Fue una mirada de amor verdadero que me hizo sentir el amor genuino de Dios: como Dios me ve”. ¡Así es! Juan Pablo II, nos ha enseñado a mirarnos como Dios nos ve: con amor. Sin duda alguna, podemos concluir que lo que hizo grande a este Papa fue su legado de amor. Lo experimentó, lo profundizó y lo comunicó haciéndolo vida. Vida que fue forjando en el taller de su día a día hasta convertirse en el Orfebre llamado Karol Wojtyla a quien el amor se lo explicó todo.