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De la pandemia a la guerra, ¿dónde quedó la razón humana?



De la pandemia a la guerra, ¿dónde quedó la razón humana?

Con un interesante artículo, la doctora María Elizabeth de los Rios reflexiona sobre cómo tanto en la pandemia como en la guerra, las peores consecuencias las generó la misma razón humana.


La doctora María Elizabeth de los Rios Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de nuestra Universidad Anáhuac México, comparte con la Comunidad Universitaria un texto en el que aborda el “salto” entre la pandemia y el conflicto actual entre Rusia y Ucrania.
 

De la pandemia a la guerra, ¿dónde quedó la razón humana?

Por inverosímil que nos parecía hace más tres semanas que, después de una experiencia aterradora y catastrófica como una pandemia que ha cobrado la vida de más de seis millones de personas en todo el mundo, surgiera un nuevo conflicto que amenazara con destruir más vidas, hoy hemos confirmado que sí, que el ser humano aún es capaz de más destrucción. 
 

Comparar una pandemia con una guerra puede parecer a simple vista un despropósito, sin embargo, aunque disímiles en sus orígenes, comparten elementos que invitan a pensar más allá de lo humano para intentar dibujar un cerco de esperanza que pudiera permitirnos creer que también el ser humano es capaz de actos nobles.


La pandemia por coronavirus generó un desastre de causas naturales, es decir, un virus se instaló entre nosotros generándonos un cambio de vida y rutinas tan imprevistas como sus efectos. Los primeros meses fueron absolutamente devastadores, pues no se conocía el mecanismo ni de contagio ni de afectación de órganos y, por ende, tampoco se podían iniciar estrategias de contención. Los cierres masivos parecieron la mejor opción para aliviar el miedo a ser contagiado y morir asfixiado. 


A dos años, las consecuencias no se han escondido: economías quebradas, sistemas de salud colapsados, pérdidas humanas, afectaciones profundas y serias en la salud mental, rezagos y abandonos educativos, etc. 


Muchos de estos efectos provienen de cuando lo “natural” del problema se conjugó con lo “artificial” de las respuestas humanas. Los mensajes erráticos de las autoridades y su consiguiente desidia alteraron las cifras y el comportamiento del virus, y este respondió ferozmente duplicando el número de muertos y confirmando su potencia para hacer colapsar los sistemas económicos, políticos y sanitarios de todos los países. 


Cuando la “mano humana” se metió en la toma de decisiones, el virus vio su entrada triunfal y supo aprovecharla. Lo “impuesto” sobre lo “puesto” terminó de generar fracturas ahí donde se podían haber evitado.


Por otra parte, la así llamada por Vladimir Putin, presidente de Rusia, “operación militar especial” es consecuencia no de un fenómeno natural, sino de una decisión humana. Las tensiones entre Ucrania y Rusia comenzaron desde el mismo día del desmembramiento de la URSS. Rusia reclama su imperio y su “Rusidad” y está convencido de que Ucrania, entre otros países antes pertenecientes a su bloque, siguen siendo territorios bajo su dominio. 


La decisión de iniciar una invasión a un país declarado soberano no pudo tener otro origen que una inteligencia y una voluntad obnubiladas por un deseo imperialista, es decir, la decisión tuvo más de pasión que de razón. Los cálculos estratégicos de los ataques rusos a zonas importantes de poderío como centrales nucleares, así como los misiles arrojados en zonas civiles y sanitarias de Ucrania solo dejan ver que el móvil de Rusia es la voluntad de un solo hombre.


Las consecuencias ahora de casi 3 millones de desplazados a otros países, las bajas de soldados ucranianos, los cortes de luz y de gas generalizados, etc., son los rostros más crudos de una decisión humana.


Tanto en la pandemia como en la guerra, las peores consecuencias las generó la razón humana, ese monstruo que aparece cuando esta se sueña a sí misma, como afirma el cuadro de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”.


¿Cómo pensar la esperanza, si es que esta es posible? Un contrapeso de la razón instrumental es la razón de fines; es preciso que surja dicho contrapeso. Hay que hurgar en la historia y en el día a día para encontrar signos que devuelvan la esperanza y luchar por no caer presos de la monstruosidad. La razón de fines tiende puentes y reconcilia; no separa, sino que une; no es impulsiva, sino prudente. Si ya hemos constatado cómo la destrucción es producto, en buena parte, de las decisiones que tomamos, constatemos ahora que la mesura y el amor lo son también. 

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La doctora María Elizabeth de los Ríos Uriarte es maestra en Bioética y doctora en Filosofía, Técnico en Urgencias Médicas (TUM) por Iberomed A.C. y scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Es además Miembro de la American Society for Bioethics and Humanities, del Colegio de Profesionistas posgraduados en Bioética de México, de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y Miembro de Número de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.

Ha impartido clases en niveles de licenciatura y posgrado en diversas universidades y ha participado en distintos congresos nacionales e internacionales de Filosofía y Bioética. Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.

 

Más información:
Facultad de Bioética 
Dra. María Elizabeth de los Rios Uriarte
bioetica@anahuac.mx