Álvaro Enrigue ilumina la historia de la investigación en las Jornadas Joseph Ratzinger de Posgrado
En el marco del 40 aniversario de Posgrados Anáhuac, se llevó a cabo este encuentro consolidado como un espacio privilegiado para el diálogo, la reflexión interdisciplinaria y el fortalecimiento institucional.
El 24 de noviembre, la Universidad Anáhuac México celebró un día significativo para su comunidad académica: las Jornadas Joseph Ratzinger coincidieron con el 40 aniversario de los Posgrados Anáhuac, y el campus reunió a estudiantes, profesores, investigadores y autoridades en un ambiente de celebración y reflexión. Desde las primeras horas de la tarde, el auditorio se fue llenando con un público atento, dispuesto a participar en una jornada dedicada al pensamiento, a la cultura y al futuro de la investigación universitaria.
El evento comenzó con un momento musical a cargo del Trío Mexicarte, cuya interpretación de El sueño imposible y Cantares ofreció un preámbulo poético y emotivo. Las piezas, unidas por la búsqueda interior y la aspiración a lo trascendente, resonaron como un llamado simbólico al espíritu de la jornada: avanzar, reflexionar y construir conocimiento paso a paso. Este breve concierto, cálido y solemne, preparó el ánimo del público para la conferencia magistral que vendría después.
La figura central era el Dr. Álvaro Enrigue, novelista, ensayista, profesor universitario y una de las voces más reconocidas de la literatura hispanoamericana contemporánea. Su conferencia, titulada La máquina de ver las cosas, presentó un recorrido brillante y accesible por la historia de la investigación científica y humanística. Desde el principio, Enrigue dejó claro que no ofrecería una exposición tradicional, sino una reflexión viva, tejida con historia, literatura y archivos.
Comenzó cuestionando la idea común de que la investigación universitaria es una herencia directa de la Edad Media europea. Para ilustrarlo, llevó al público al siglo XVIII, a la Universidad de Göttingen —que él describió con ritmo narrativo y rigor histórico— donde la biblioteca y el instituto de investigación fueron fundados antes que las cátedras. Ese gesto, explicó, cambió para siempre el modo en que se organiza el conocimiento. Lo expresó en sus propias palabras:
“El acto colegiado de investigar… aparece como un relámpago en el 34 del XVIII… una recolección socializada de datos y resultados… conducente a su publicación y discusión crítica en el espacio abierto de la sociedad” .
Sin embargo, lo más significativo de su intervención fue el giro que dio enseguida: la historia de la investigación no puede entenderse sin mirar hacia América, y especialmente hacia México. Enrigue sostuvo —con datos históricos y sin recurrir a nacionalismos fáciles— que nuestro país fue uno de los primeros lugares donde se practicó una investigación rigurosa y sistemática. Mientras Europa aún tardaba siglos en formalizar sus protocolos, en México ya existían equipos de trabajo plurilingües, procesos de verificación y métodos comparativos.
El ejemplo más claro fue el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, del siglo XVI, donde Bernardino de Sahagún coordinó un proyecto intelectual sin precedentes. Con la participación de investigadores indígenas trilingües, se desarrolló un método que hoy identificaríamos como científico. Enrigue lo explicó con claridad y entusiasmo:
“Los Primeros Memoriales… inauguran, y esto es reconocido universalmente, la ciencia etnográfica” .
Describió cómo los colaboradores de Sahagún realizaban entrevistas individuales, repetían los cuestionarios con nuevos testigos para confirmar datos y luego organizaban discusiones grupales para descartar errores, “alucinaciones” o contradicciones. Ese trabajo, dijo, permitió construir una visión detallada y crítica del mundo indígena, al tiempo que sentó bases metodológicas que siglos después serían consideradas modernas. También mencionó el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, obra clave de investigación médica indígena, cuya riqueza —confesó— aún requiere nuevas lecturas y estudios.
El auditorio siguió atento un recorrido que unía Europa y América, Tlatelolco y Göttingen, el siglo XVI y el XVIII, mostrando que la historia de la investigación es más compleja y diversa de lo que suele enseñarse. Hubo incluso espacio para una reflexión crítica sobre la autoría académica moderna. Al narrar cómo Sahagún incluyó en su manuscrito los nombres de todos los participantes, Enrigue comentó:
“La última versión… lleva inscritos los nombres y méritos de todos los investigadores involucrados, como ojalá hicieran todos los artículos que hoy consultamos” .
La observación generó sonrisas entre los profesores presentes, que reconocieron la vigencia del comentario.
Después de la conferencia, se presentaron los nuevos programas de Doctorado de la Escuela de Doctorado Anáhuac, que representan un paso importante en la consolidación de la investigación institucional. El anuncio reforzó el sentido del día: celebrar el pasado, comprender el presente y proyectar el futuro académico de la universidad.
El evento cerró con un brindis institucional, en un ambiente de entusiasmo y reconocimiento por las cuatro décadas de trabajo académico de los posgrados. La conferencia de Álvaro Enrigue, con su defensa clara del papel histórico de México en la investigación y su invitación a mirar críticamente el mundo, dejó al público con la sensación de haber participado no solo en un aniversario, sino en una renovación intelectual. En esa tarde, cada asistente pareció encender su propia “máquina de ver las cosas”.

Más información:
Mtra. Carolina Sánchez Díaz de León
carolina.sanchezd@anahuac.mx
Dirección de Posgrado