En la era digital, los influencers han pasado de compartir sus experiencias personales a convertirse en figuras centrales de la cultura del consumo. Sin embargo, en algún punto dejamos de percibirlos como individuos reales y los transformamos en “productos” diseñados para entretenernos, distraernos o incluso canalizar nuestras frustraciones. ¿Somos realmente conscientes de la manera en que los tratamos?