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Nuevas Constituciones



Dra. Valeria López VelaCentro Anáhuac en Derechos HumanosBuena parte de las constituciones que tenemos en el continente han visto pasar sus mejores años. Algunas de ellas empiezan a oler mal; otras, son incomibles; las más obsoletas, generan fauna nociva.Entonces, ¿de dónde la cerrazón y el rechazo por reescribir los principios constitucionales que regirán el destino de un país? La ley no es letra muerta; todo lo contrario, ha de ser reflejo de la dinamicidad de la historia de las naciones y de los estados.En Chile, por ejemplo, la presidenta Bachelet impulsa la redacción de un nuevo texto constitucional pues el vigente se escribió durante la dictadura militar en 1987 y no alcanza a dar respuesta a los problemas actuales relacionados, principalmente, con la equidad de género, los alcances de la milicia, entre otros. Ojala que el proyecto llegue a buen término.El año que viene, nuestra Constitución celebrará su primer centenario. Del texto original queda poco; la Carta Magna es, hoy, más bien un pastiche, armado de improvisados zurcidos, parches de mal gusto y rebasada por los nuevos tiempos.Algunos de datos tomados del proyecto de investigación del Profesor Tom Ginsburg, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago: la Constitución Mexicana es la tercera más amplia del mundo –sólo superada por la de India y la de Nigeria–; es la décima Constitución más vieja; y, finalmente, ¡tiene 98 años! Cuando el promedio de edad de las 188 constituciones analizadas en el proyecto del Dr. Ginsburg es de 36 años.Y aunque la reforma constitucional de 2011 dio un respiro extra al texto constitucional abrió, también, una serie de sinrazones, callejones sin salida jurídicos, contradicciones entre tratados, que no es posible obviar, dejar pasar u omitir.El nuevo enfoque, la protección de los derechos humanos, reclama un contenido distinto que sea escrito con la tinta del siglo xxi y pensado para los problemas del nuevo milenio: la equidad de género, el equilibrio del medio ambiente, la ciber – seguridad, antagonismos no convencionales, el repunte de los servicios de inteligencia, los derechos económicos, sociales y culturales.No se necesita ser un vende-patrias ni un loco extranjerizante para reconocer que –nos guste o no– las constituciones tienen fecha de caducidad. No se puede gobernar mirando hacia atrás: sin considerar los retos económicos, tecnológicos, terroristas, de nuestros tiempos.El espíritu que anima a cualquier Constitución es el de promover y lograr la felicidad de la nación; de eso, nada debe cambiarse. Un nuevo constituyente tendría que enfrentarse a la respuesta de cómo lograr dicha felicidad bajo el enfoque de los derechos humanos.Si queremos ver resultados sólidos de las reformas estructurales es imperativo convocar a un nuevo constituyente. No es inteligente poner vino nuevo en odres viejas… 


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