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Transparencia: más allá del delirio exhibicionista



Dra. Valeria López VelaCentro Anáhuac Sur en Derechos Humanos  La cultura democrática de los últimos años ha insistido en la necesidad de tener información accesible, clara y pertinente respecto del ejercicio de los recursos públicos y de los criterios de actuación de las instituciones. Esto busca, en mi opinión, lograr un fin genérico que se traduce en tres fines específicos de los que hablaré a continuación.El fin genérico del afán de transparencia es mantener la credibilidad en las instituciones: si los ciudadanos conocen los cómos, los cuándo, y los cuánto del ejercicio del poder podrán expresar críticas y manifestar desacuerdos pero no podrían descalificar a una institución o a un gobierno pues, si se me permite la metáfora, el juego ha sido abierto.El primer fin específico de la transparencia, por su parte, es evitar la corrupción: se trata de un paliativo para el cáncer de la sociedad mexicana que –sin curar de raíz– ha mitigado ciertos males. Aunque modesto, es un logro que no podemos soslayar.La transparencia, además, propicia el respeto a las reglas del juego democrático fortaleciendo la cultura de la legalidad. Esto es, sin duda, un fin específico ambicioso que tardará en materializarse pero no por ello hay que dejarlo de lado.Sin embargo, en mi opinión debería existir un tercer fin asociado a las acciones que giran alrededor de la transparencia y me refiero, específicamente, a la necesidad de interlocución.Ha habido escenarios recientes en los que la ciudadanía ha hecho solicitudes expresas a las instituciones del gobierno mexicano –INE, SCJN, por mencionar algunas– y que después de ser recibidas se archivan, se ignoran o se resuelven superficialmente. Creo que esto envía el mensaje equivocado y le hace un flaco favor a la credibilidad de tales instituciones.¿De qué sirve, entonces, que la ciudadanía pueda ver las sesiones en vivo cuando sus peticiones no son respondidas cabalmente? ¿Si no son considerados interlocutores válidos?No es suficiente con que las instituciones públicas tengan sesiones que se transmitan en vivo; tampoco alcanza con páginas de internet ni con “organismos tramitológicos” que funcionan más como una oficialía de partes que como un pilar de la democracia.Es indispensable que haya mecanismos suficientes para dar respuesta a la ciudadanía. De lo contrario, corremos el riesgo de caer en el exhibicionismo institucional: mostrarlo todo para no hacer nada. O en el narcisismo electrónico: que los sitios de información reflejen el ego de los funcionarios y nada más que eso.En este número de Entresaberes quisimos lanzar algunas hipótesis audaces para mejorar la calidad de nuestra democracia. Por ello, me atrevo a sugerir este nuevo ámbito que, en mi opinión, sumaría a la cultura de la transparencia y la legalidad.  derechoshumanos.uams@anahuac.mx 


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