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LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EDUCACIÓN



Mariana Bucardo CarbajalEstudiante de la Facultad de Derecho de la UAMS La educación es fundamental para el desarrollo de cada país; se trata de un derecho humano que posibilita el ejercicio de otros derechos. Así, los problemas en materia educativa se traducen en falta de progreso, bienestar social y crecimiento económico. Entre éstos podemos destacar: la falta de educación y la mala calidad de la educación. La primera, se refiere a la falta de acceso a la educación, ya sea porque se carece de la infraestructura necesaria o porque los jóvenes tienen impedimentos geográficos o laborales, mientras que la segunda, se refiere más bien a la deficiente calidad del contenido de los programas educativos. Tratándose de la calidad educativa se suele hacer referencia a dos disciplinas básicas; el lenguaje y las matemáticas, las cuales son consideradas indicadores de la calidad de la educación en cada país. Por una parte, el lenguaje constituye la base del desarrollo de la capacidad de pensar mientras que las matemáticas, permiten organizar las bases del razonamiento lógico. Sin embargo, existe una tercera disciplina que poco se ha obligado el Estado a garantizar y cuya importancia es toral para la formación de los alumnos: la dimensión social de la enseñanza. No se trata de una disciplina independiente, sino de un componente transversal que debe estar presente en cada una de las disciplinas de los planes educativos. ¿Será lo mismo enseñar a escribir, que enseñar a escribir para algún día compartir con el mundo una novela? ¿Será lo mismo enseñar biología, que enseñar biología para encontrar la cura al cáncer? ¿Sería lo mismo enseñar leyes, que enseñar leyes para velar por una sociedad más justa? La responsabilidad social de quienes enseñan es entonces fundamental para construir un mejor México. Es a través de sus ojos, que los jóvenes comprenderán los retos y el mundo al que deberán enfrentarse el día de mañana. Esta no es una tarea menor, toda vez que la educación que impartan sólo podrá resultar en indiferencia o en inspiración. La indiferencia se origina cuando no existe un vínculo entre lo que aprendemos y el mundo dentro del cual nos construimos y lo que se aprende parece lejano a nuestra realidad. Sin embargo, el individualismo sobre el que se funda la indiferencia no es más que una ilusión popular, pues somos seres sociales, de modo que nuestras vidas se encuentran inevitablemente interconectadas. Tenìa razón Aristóteles al sostener que el ser humano es un zoon politikon y que la virtud se encontraría a través de la vida en comunidad, teniendo el Estado la importante tarea de no sólo garantizar el respeto mutuo entre los ciudadanos, sino de procurar una verdadera formación de “buenos ciudadanos” que los llevara auxiliarse unos a otros en la construcción de vidas “virtuosas”. Sin el afán de entrar en cuestiones filosóficas que no son propiamente objeto del presente artículo, me referiré a virtud, a naturaleza o a ley suprema, sencillamente como: humanidad. Y la humanidad, también debe enseñarse en las aulas de clase. Así, los programas educativos no deben concebir a la educación como un material del individuo para el individuo, sino que su transmisión debe construirse desde las políticas públicas del Estado, hasta en los mismos núcleos familiares, con miras a convertirse en una herramienta social. De ahí la diferencia, entre la indiferencia y la inspiración. Quienes eduquen e inspiren habrán regalado al mundo un agente de cambio, la próxima cura contra el cáncer, el próximo premio nobel a la literatura. No es lo que enseñamos, sino el “para qué” lo enseñamos. mariana@bucardo.mx 


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