Pasar al contenido principal

Propuestas católicas para mejorar la Democracia



Jaime Pérez GuajardoInstituto Regina Apostolorum UAMS  En el año 2004 fue publicado el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, un rico acerbo de enseñanzas ordenado orgánicamente, sobre la participación en la vida política y social, que en este artículo se da por conocido o por lo menos, eventualmente consultado, confiando en la cultura universitaria de los lectores, a quienes se invita a profundizar en lo que aquí, por rigores de espacio, simplemente puede quedar esbozado. La autoridad de la fuente se respaldada en la amplia experiencia de extensión geográfica mundial, transida por muy variados acontecimientos históricos y socioculturales, como las conocidas Guerras Mundiales y muchísimas otras guerras o eventualidades locales, con los cambios políticos y sus demandas de respuesta, que han de ser reflexionadas desde el espíritu caritativo de pontífices, entre otros, León XIII y los santos Juan XXII y Juan Pablo II, todo ello recopilado por la exigencia académica del Papa Ratzinger y su equipo de trabajo. Conviene destacar el alto valor que se otorga al pueblo, porque no se valora simplemente desde una perspectiva utilitaria o temporal, sino visto como personas creadas por Dios con libertad y capacidad de autodeterminación, reconociéndole como sociedad con poderes y funciones, que deben ejercitarse en nombre, por cuenta de esa comunidad, y a su favor por parte de quienes son elegidos para el gobierno comunitario. Este desarrollo de la plenitud de cada uno de los integrantes de la sociedad es lo que se conoce como Bien Común descrito en el Compendio como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”, presenta así un fin claro que debe ser buscado en la democracia, y por lo tanto también un referente concreto para evaluarla. Encontramos allí que uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos es la participación en la vida comunitaria. Más allá del simple involucramiento, o de enlistarse en registros electorales, la participación comunitaria implica una vida activa, en búsqueda del bien común del que hemos hablado, que dese la perspectiva cristiana es movido por el amor al otro encontrando en él a Cristo –“a mí me lo hiciste” (Mt. 25,40)-, y amando la comunidad que al mismo tiempo es Iglesia, por lo que los servicios comunitarios cobran un valor muy por encima de cualquier remuneración. Están a la altura de la identidad personal y social, la participación brota del auténtico sentido de pertenencia, siendo la mayor garantía de una democracia eficazmente estale. Los contextos histórico – sociales enmarcan la participación, le contextualizan en la raíz de cada pueblo, en su situación cultural que permite proyectarla a un desarrollo de bienestar común, sin rupturas permitiendo la inclusión de nuevos proyectos, aportaciones o mejoras, que si bien pueden plantear conflictos de crecimiento, estos no tienen por qué ser destructivos ni excluyentes, sino resueltos con la aportación de lo mejor de cada grupo y persona. Esto permite valorar la autenticidad de las propuestas distinguiendo entre democracia y demagogia, pues las primeras son edificantes, arraigadas en la naturaleza constitutiva de esa sociedad, orientadas al crecimiento del bien común tanto en las estructuras intermedias como en las personas particulares, por el contrario en la degeneración demagógica, manipula los argumentos ocultando las intenciones del grupo oligárquico de poder, cuya hegemonía es egoísta, concentrando bienes para algunos mientras daña a otros como ya advertía Aristóteles (Aristóteles, 1988, pág. 306). La dignidad de la persona, -de cada uno de los ciudadanos- exige ser colocada en el centro de las consideraciones políticas, esta centralidad personal es el garante de equilibrio social y justicia incluyendo el mundo comercial, laboral sabiendo que el sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía. El pueblo constituido de personas concretas, arraiga su derecho en la naturaleza misma de quienes lo forman, en la operación ordinaria de los ciudadanos que buscan la satisfacción de sus necesidades, en un grado de calidad propia del ser humano. Por eso confieren autoridad a quienes reciben el mandato popular de gobierno, quienes deben dar cuenta de la confianza depositada en ellos, ofreciendo soluciones no como dádivas, sino como cumpliendo una obligación. La información es uno de los elementos más importantes para la participación, a partir de datos confiables, completos y apegados a la verdad la toma de decisiones será ética y eficaz. Es responsabilidad tanto de quienes reciben el mandato de gobierno, como de cada uno de los ciudadanos generar esta información, para la que cada día se cuenta con mayores medios a disposición. El sentido crítico, la amplitud de conocimientos y el buen sentido permitirán elecciones adecuadas. Como puede verse la comunidad política, en una sana democracia, está al servicio de la comunidad civil que le da origen. La patología social, como sucede en el cuerpo humano, puede generarse por diversas causas, la sana operación consiste en la armoniosa y comprometida participación de todos, lo que implica una constante vigilancia, evaluación, con ejercicio constante de adecuación, conservando la identidad, así como el rumbo claro hacia el pleno desarrollo de las personas y comunidades. jaime.perez@anahuac.mx 


Más información:
Dirección de Comunicación Institucional
Coordinación de Contenidos
Lic. José Antonio de Landa Dorantes
joseantonio.delanda@anahuac.mx