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El académico es detonante del saber



Mtro. Luis PeredaFacultad de Derecho, Universidad Anáhuac México Sur Cumplir 25 números ininterrumpidos no es tarea sencilla debido a que las vicisitudes a las que se enfrenta todo esfuerzo editorial son muchas. Las universidades en general y las facultades de Derecho en particular, públicas y privadas, con frecuencia lanzan publicaciones que suelen no ver su quinta edición. Que hoy existan 25 ediciones del boletín electrónico entresaberes, editado por nuestro Centro en Derechos Humanos es motivo de alegría y orgullo para todos los que formamos parte de la comunidad universitaria de la UAMS. Por supuesto esta obra colectiva que hoy cumple sus primeros 25 números es el resultado de un esfuerzo acumulado de profesores, alumnos, exalumnos, personal administrativo y directivos, pero en primerísimo lugar de la coordinadora del CASDH, la Dra. Valeria López Vela. Mi sincero agradecimiento por su trabajo, esfuerzo y visión que ha trascendido momentos, inercias y administraciones. Ahora bien, respecto el tópico de este número: considero que solo merece el título de académico aquella persona que analiza los problemas de su sociedad, esperando aportar opiniones razonadas y útiles. Un académico –o académica- no es un sabio o una enciclopedia, es una persona que se enfrenta a los mismos problemas que todos nosotros, solo que al hacerlo intenta diferentes enfoques. El primer deber de un académico es dudar de las respuestas que no han sido suficientemente contrastadas; no se deja llevar por sus pasiones o sus emociones, no intenta adivinar, no es superficial o inmediato. Es sereno, reflexivo, hace de la introspección un hábito, pero no para su consumo personal; sabe que vive en sociedad y que a ella se debe. Ser académico no es un membrete, es una forma de ejecutar un servicio público. El estudioso de las artes, letras o ciencias que vive aislado es quizá un erudito (a veces solo a la violeta) que hace del culto al dato inocuo una forma de vida. Obviamente no se nace siendo académico, como no se nace siendo bombero o carpintero, dichas actividades se forjan en un crisol que demanda años y sacrificios. Un académico no es un universitario que decide comenzar a dar clases. La academia no son ladrillos, pizarrones y sillas. Hacer academia es generar conocimiento. Ser académico es comprometerse con la verdad y su difusión. Indubitablemente las universidades no tienen el monopolio de la producción académica, pero faltarían a su razón de ser si cesasen en sus esfuerzos por descubrir, inventar, confrontar y criticar. Las universidades deben de ser el crisol de nuevos conocimientos, no el espejo donde viejos sofistas se acicalan después de repetir al millar la misma lección. Las universidades deben de ser inquietas e intrépidas antenas emisoras, no pasivas estaciones repetidoras. El trabajo de un académico debe de mover a la acción reflexionada, quizá utilizando la retórica, la lógica o el debate, pero nunca a la contemplación yerta. Lo mejor que le puede pasar a un joven que está inscrito en una universidad es ser testigo de vibrantes confrontaciones académicas que defienden polos opuestos, donde es él o ella quienes decidan qué posición adoptar a partir de la calidad de los argumentos de uno y otro lado contrastados con el carácter y espíritu personales. La universidad debe de ser, gracias a sus académicos, el lugar donde los jóvenes pueden hacerse las preguntas incómodas pero oportunas. El lugar donde las verdades contemporáneas y clásicas son puestas en duda. Estar expuesto a los académicos y su trabajo debe de ser y significar muchas cosas, pero nunca quedarse en anécdota insípida. 


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